SÁBADO 20 DE ABRIL DE 2013:
"¡Dolor! ¡Mucho dolor! ¡Alguien me estaba tirando de la piel! ¡Quema! ¡Y me pica!". Todas estas eran las sensaciones que de igual, mayor o menor grado sentíamos María y yo cuando nos levantábamos de la cama. Era un dolor espantoso, y más nos encorvábamos.
Hoy le daban el alta a María. Podía regresar a su casa. Tenía muchas ganas por un lado, por otro, le daba miedo que tuviera algún dolor y no pudiera solventarlo. Tuvimos un pequeño encontronazo, no recuerdo si esa mañana o la noche anterior. Me echó en cara que nunca tocaba el botoncito rojo (el que se utilizaba para llamar a los enfermeros ante cualquier incidencia). Se metió en el baño y hablé alto con Pilar: "¡Estoy cansada de que me rodee gente que me anule la personalidad. Tengo 37 años y no paran de decirme lo que tengo que hacer! Si no he tocado el botoncito rojo es porque no lo he necesitado o no he querido tocarlo. Pero si tú me pides que lo toque, yo lo haré encantada por ti".- Estallé, porque en mi vida siempre ha habido personas que han podido conmigo. No tengo carácter, sólo mal carácter, que pienso, no es lo mismo. Ella salió del baño, y tal como yo esperaba, me oyó. Intentó suavizar el tono que había utilizado o la frase diciendo que era una broma... lo dejé pasar (tengo mal carácter, pero no soy tonta, por suerte o por desgracia, soy una persona muy suspicaz). Entonces se lo dije, calmadamente: "Lo que no puedes es decirme lo que tengo que hacer con 37 años que tengo. Yo no he tocado el botoncito porque bien no lo he necesitado, bien porque no quería molestar a los enfermeros. Además, ellos vienen continuamente. Y a ti nunca te he pedido que toques el botón por mí. También es verdad que tú les llamas continuamente. Ahora, tú me dices que te llame al enfermero porque tú no puedes, y yo lo hago encantada". No, no me quedé a gusto. Me pongo nerviosa cuando discuto, tengo un problema, y es que no me gusta quedar mal con la gente (sé que eso no se puede evitar).
Hacía una o dos noches se había quedado una cuñada de Pilar a cuidar de ella. Fue la peor noche para mí. Justo la que pedí a mi tía que no fuera porque me sedaban tanto que no le necesitaba. Tanto María como Pilar, se quedaron dormidas, yo tenía tantos dolores que me era imposible, además, debía seguir durmiendo boca arriba, y me faltaba el aire (además, me hacía roncar). María había conseguido una postura distinta a la decúbito supino, por fin dormía de lado, aunque con esfuerzo. A mí me era imposible por los dolores. Me levanté de la cama y salí de la habitación intentando no llorar por los dolores tan fuertes. Serían las 11 ó 12 de la noche. Como los enfermeros me habían pedido caminar, fue lo que hice, más bien para aburrirse. Conté unas 40 vueltas, el pasillo no era muy largo y en un par de minutos conseguía rodearlo. Nadie me dijo nada... parecía una sonámbula caminando por un pasillo de hospital a altas horas de la noche. Encorvada, encorvadísima. A fecha de hoy (30/04/13) me sigue doliendo la espalda. Volví a la cama. Me puse a jugar con el móvil... pero nada, no conseguía quedarme dormida. Comencé a leer una de las revistas que mi amiga había traído... Finalmente me rendí ante morfeo. Perdí la fe en "la bomba", cuando una enfermera me dijo que era lo mismo que me ponía por las mañanas, un simple analgésico en líquido, creo que Nolotil. No sé si rompió la magia de mi sugestión, pero esa noche no fue de las mejores...
Como comenté anteriormente, esa mañana entregaron el alta a María (quien el día anterior había insistido para que yo viera cómo era nuestra intervención, a pesar de decirle que no tenía intenciones). La amiga que pagó mi primer tratamiento había venido ayer y coincidió con mi tía, a quien le entregué una rosa regalada por la hermana de aquella. Se emocionó más por la carta escrita y el detalle que por la rosa en sí. Agradeciendo, de todo corazón, el gesto a mi amiga a través de su hermana. A mí me regaló una bonita flor blanca...
Mientras, quise hacer tiempo, así que salí de nuevo al pasillo a dar algunas vueltas. Fuera se encontraba uno de los hermanos de María, a quien ella había avisado para que le fuera a recoger, pero no le esperaba tan pronto. Avisé a mi compañera y me pidió que le dijera que esperara, aún no se había aseado. Así fue. Se puso sus mejores galas, me pidió mi número de móvil y nos despedimos con un beso "volao". A mí me costaba levantarme de la cama. Se le había perdido un pendiente, pero no le dio importancia (unas horas más tarde, mientras limpiaban la zona de María, encontraron el pendiente que yo guardé). Todos nuestros familiares no paraban de decirnos que la calima era insoportable. María llevaba puesto una rebeca, un vestido negro y botas...
Lo primero que pensé fue: "¿Y ahora de qué hablo yo con Pilar? Me pongo a hacer crucigramas y ya está". Nada más lejos de la realidad, tuvimos mucho de qué hablar... y confesarnos. Me recomendó a su psiquiatra, me dijo que yo no estaba bien, que se notaba que estaba deprimida, y que no tenía apatía (como me había dicho una antigua amiga). Nos prometió un queso a María y a mí, su marido estaba a punto de llegar, pero María ya no estaba, así que el queso nos lo repartimos entre todos y nos llevamos un poco a casa. Cuando los dolores me dejaron ver más allá (salvo cuando me levantaba de la cama últimamente), mantuve conversación con las hijas de Pilar... qué vida habían tenido... Pero eso me lo reservo...
Nos quedamos solas, hablamos mucho, hasta que llegaron unas amigas de Pilar, y luego su familia... Yo me dediqué a dormir.
Mi padre había ido un rato al mediodía antes de acudir a la celebración del cumpleaños de mi sobrino. Hacía unas semanas, mi hermano me había pedido hacer unas tartas, pero obviamente, no podía ser. Es más, un mes antes de todo esto, fuimos todos a visitar a mi abuela (quien había fallecido la semana anterior) a su casa. Ese día yo me encontraba con migraña y náuseas. Mi hermano, de broma, me dijo que si no estaría embarazada... entonces le dije que eso no iba a ser posible, y por primera vez le conté lo que me pasaba... le cogió de sorpresa, pero como no somos una familia de mostrar nuestros sentimientos... todo quedó en una simple anécdota... Eso había sido el Jueves Santo (último día que vi a mi abuela de pie, frente a mí, comiendo, sonriendo de vez en cuando y hablando muy, muy poquito).
Hacía una o dos noches se había quedado una cuñada de Pilar a cuidar de ella. Fue la peor noche para mí. Justo la que pedí a mi tía que no fuera porque me sedaban tanto que no le necesitaba. Tanto María como Pilar, se quedaron dormidas, yo tenía tantos dolores que me era imposible, además, debía seguir durmiendo boca arriba, y me faltaba el aire (además, me hacía roncar). María había conseguido una postura distinta a la decúbito supino, por fin dormía de lado, aunque con esfuerzo. A mí me era imposible por los dolores. Me levanté de la cama y salí de la habitación intentando no llorar por los dolores tan fuertes. Serían las 11 ó 12 de la noche. Como los enfermeros me habían pedido caminar, fue lo que hice, más bien para aburrirse. Conté unas 40 vueltas, el pasillo no era muy largo y en un par de minutos conseguía rodearlo. Nadie me dijo nada... parecía una sonámbula caminando por un pasillo de hospital a altas horas de la noche. Encorvada, encorvadísima. A fecha de hoy (30/04/13) me sigue doliendo la espalda. Volví a la cama. Me puse a jugar con el móvil... pero nada, no conseguía quedarme dormida. Comencé a leer una de las revistas que mi amiga había traído... Finalmente me rendí ante morfeo. Perdí la fe en "la bomba", cuando una enfermera me dijo que era lo mismo que me ponía por las mañanas, un simple analgésico en líquido, creo que Nolotil. No sé si rompió la magia de mi sugestión, pero esa noche no fue de las mejores...
Como comenté anteriormente, esa mañana entregaron el alta a María (quien el día anterior había insistido para que yo viera cómo era nuestra intervención, a pesar de decirle que no tenía intenciones). La amiga que pagó mi primer tratamiento había venido ayer y coincidió con mi tía, a quien le entregué una rosa regalada por la hermana de aquella. Se emocionó más por la carta escrita y el detalle que por la rosa en sí. Agradeciendo, de todo corazón, el gesto a mi amiga a través de su hermana. A mí me regaló una bonita flor blanca...
Mientras, quise hacer tiempo, así que salí de nuevo al pasillo a dar algunas vueltas. Fuera se encontraba uno de los hermanos de María, a quien ella había avisado para que le fuera a recoger, pero no le esperaba tan pronto. Avisé a mi compañera y me pidió que le dijera que esperara, aún no se había aseado. Así fue. Se puso sus mejores galas, me pidió mi número de móvil y nos despedimos con un beso "volao". A mí me costaba levantarme de la cama. Se le había perdido un pendiente, pero no le dio importancia (unas horas más tarde, mientras limpiaban la zona de María, encontraron el pendiente que yo guardé). Todos nuestros familiares no paraban de decirnos que la calima era insoportable. María llevaba puesto una rebeca, un vestido negro y botas...
Lo primero que pensé fue: "¿Y ahora de qué hablo yo con Pilar? Me pongo a hacer crucigramas y ya está". Nada más lejos de la realidad, tuvimos mucho de qué hablar... y confesarnos. Me recomendó a su psiquiatra, me dijo que yo no estaba bien, que se notaba que estaba deprimida, y que no tenía apatía (como me había dicho una antigua amiga). Nos prometió un queso a María y a mí, su marido estaba a punto de llegar, pero María ya no estaba, así que el queso nos lo repartimos entre todos y nos llevamos un poco a casa. Cuando los dolores me dejaron ver más allá (salvo cuando me levantaba de la cama últimamente), mantuve conversación con las hijas de Pilar... qué vida habían tenido... Pero eso me lo reservo...
Nos quedamos solas, hablamos mucho, hasta que llegaron unas amigas de Pilar, y luego su familia... Yo me dediqué a dormir.
Mi padre había ido un rato al mediodía antes de acudir a la celebración del cumpleaños de mi sobrino. Hacía unas semanas, mi hermano me había pedido hacer unas tartas, pero obviamente, no podía ser. Es más, un mes antes de todo esto, fuimos todos a visitar a mi abuela (quien había fallecido la semana anterior) a su casa. Ese día yo me encontraba con migraña y náuseas. Mi hermano, de broma, me dijo que si no estaría embarazada... entonces le dije que eso no iba a ser posible, y por primera vez le conté lo que me pasaba... le cogió de sorpresa, pero como no somos una familia de mostrar nuestros sentimientos... todo quedó en una simple anécdota... Eso había sido el Jueves Santo (último día que vi a mi abuela de pie, frente a mí, comiendo, sonriendo de vez en cuando y hablando muy, muy poquito).
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