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viernes, 26 de abril de 2013

Día 1: Hospitalización

LUNES 15 DE ABRIL DE 2013:


     "¿Y no podría ser en agosto? ¿O un viernes?".- Suplicaba a la joven que unos días antes de mi ingreso en el hospital, me daba indicaciones y la fecha de mi hospitalización: 15 de abril a las 4 de la tarde. "Si desea en agosto, tendrá que comenzar todo el proceso, y su médico sólo opera los martes. Su salud está por encima de todo. Cuatro días antes no tome ibuprofeno ni aspirina, pero siga con su medicación normal. Traiga para su aseo y como será el martes cuando le operen, puede comer el lunes". "Pues mal momento, tengo la regla y el ibuprofeno es lo único que me calma los cólicos. Además, hace una semana que falleció mi abuela y mi cabeza está a punto de estallar". La llamada se produjo el martes 9 de abril a eso de las cuatro de la tarde, porque por experiencia, ya sabían que yo no cogería el teléfono en horario de trabajo. Ese mismo día, a las 20h00 aproximadamente, fallecía mi abuela paterna. Mi última abuela. Así que acudí al hospital después de trabajar, me reuní con mi familia y no dije nada... Mis jefes fueron los primeros en saberlo. A una de ellas le noté la cara desencajada y le pregunté qué le ocurría. No pudo disimular: "Tendré que organizarme". "Si quieres, lo dejo. No me opero".- Le comenté. "No, se trata de tu salud".- Me decía con la boca pequeña...
     El viernes 12 debía salir a las cinco de la tarde, lo hice a las ocho, pero se me hizo corto el día. Porque "saco 5 cosas y entran 10". Así que el sábado, junto con mi hermana, regresé al trabajo. Estuvimos de 11:30 a 20:30 aproximadamente. No me quedé tranquila. Al día siguiente fui sola al trabajo. El domingo me desperté a las 5 de la madrugada y llegué al trabajo a eso de las 6:15. Sólo estuve hasta las 17:00 horas aproximadamente. Estaba realmente cansada. Tuve que repetir el trabajo que había hecho mi hermana. Y aún así, a fecha de hoy, he dejado cosas pendientes, que no dejo de pensar en ellas. Pensé en ir a la misma hora del lunes, desde las 6 de la mañana, pero estaba rendida e hice mi horario normal. Entraba a las 9 de la mañana. A la una de la tarde todos se despidieron de mí, pero yo seguí hasta las tres y cuarto para luego coger un taxi y acercarme hasta el hospital con mi mochila. "El miércoles ya estoy trabajando".- Les decía convencidísima a mis jefes. "Al menos estarás de baja quince días".- Me decía una de ellas. "Un mes me han dicho".- Bromeé cuando su cara lo dijo todo...
     Fue la noche anterior, el domingo, cuando le dije a mi padre que me operaban. Le cogió desprevenido. Hacía unos días había fallecido su madre y no quería importunarle. "¿Cómo estás? Psicológicamente hablando, quiero decir".- "¡Yo bien!".- Parece intentar convencerme. "Pues que sepas que el martes me operan e ingreso mañana lunes. Pero no pienso decirte ni lugar ni hora". Se molestó, quiso acompañarme pero le reiteré mi negativa. A la mañana siguiente, como no pudo dormir bien, se ofreció a llevarme al trabajo. Sólo dejé que me acompañara hasta la parada del autobús. Insistió para que le dijera hospital y hora de ingreso. No le dije nada.
     El hospital donde debía ingresar dispone de varios edificios, así que yo fui al primero, donde me dijeron que debía acudir al edificio de al lado, el edificio de hospitalización, servicio de Admisión. Me acerqué a dos jóvenes que se encontraban en recepción. Una de ellas hablaba por teléfono mientras la otra le escuchaba, parecía que estaba aprendiendo cuando le dije: 
  • "Disculpa, es la primera vez, y no sé si me puedes ayudar".
  • "Dígame de qué se trata a ver si puedo ayudarle". 
  • "Hoy ingreso en el hospital y no sé adónde tengo que ir". 
  • "Segunda planta. Admisiones. Allí le ayudarán".
     Abandoné el ascensor y miré hacia ambos lados. A mi izquierda me topé con una sala alargada donde había muchos trabajadores detrás de una mesa y ordenador. Creo que leí el letrero de 'admisiones'. Me acerqué a la puerta y la primera señora a mi derecha me preguntó qué deseaba. Le expliqué el motivo de mi presencia y me hizo sentar en la silla frente a su mesa. Le di mi nombre y apellidos y rápidamente encontró mi ficha entre sus papeles. Por teléfono se puso en contacto con alguien y le preguntó si ya podía subir (aún faltaban unos diez minutos para las cuatro). Sus explicaciones fueron escuetas y marcadas por un carácter seco. "Suba a la séptima planta y deje sus datos. Ya tienen la habitación preparada. Puede subir por el ascensor a su derecha". Tras hacerle repetir las instrucciones (realmente estoy quedando como una verdadera torpe), volví a subir por el ascensor. Una vez en la planta siete, frente a mí se abría tres caminos. A mi derecha e izquierda un pasillo. Enfrente, un par de escaleras (para la 6ª y 8ª planta). Elegí el pasillo a mi izquierda y continué recto.
     Me topé con un mostrador y un par de jóvenes atendiendo a un señor muy mayor. Cuando terminaron con él, una de ellas me preguntó qué quería. Mientras tanto, vi que detrás de ellas había dos habitaciones. Recé para que la mía no fuera una de ellas. ¿Cerca del mostrador? "Ingreso hoy". Tras un pequeño despiste por parte de la joven, finalmente se dio la vuelta y abrió una de las puertas que se encontraba detrás del mostrador. Sólo hizo falta que yo no quisiera que esa fuera mi habitación, para que lo fuera realmente: 715, cama 2.
     No era una habitación pequeña, pero tres camas parecía un poco exagerado, sobre todo porque se notaba que estaba preparado para dos, así que las tres camas teníamos que compartir cables, un televisor, (de pago), enchufes, etc. "¿Me va a poner en el centro?".- Le preguntaba con sorna. "¿Por qué no al lado de la ventana?".- Insistí para que me tocara alguna esquina. "No te lo recomiendo, el sol entra muy fuerte por ahí. Además, creo que hay una señora que la están operando ahora mismo. Mira. La cama está sin hacer". "¿Y qué me dices de esa otra cama?".- Le señalé la primera a nuestra izquierda. "Tampoco te la recomiendo, los armarios están al lado y hacen mucho ruido". Nos reímos.
    A esa hora, realmente el sol molestaba, además, nos habían puesto cortinas amarillas. El baño, al lado de la puerta principal, era bastante amplio. Mientras colocaba mis pocas cosas en el armario, entró de nuevo la joven que me atendió junto con dos señoras y una joven. Estas eran bastante escandalosas.
     "Esta chica ha entrado unos minutos antes que usted".- Le dice la empleada a la nueva compañera de habitación, mientras me señala. "Y a ti de qué te operan, si se puede saber".- Me pregunta muy zalamera la nueva compañera. "De histerectomía". Se nota que ninguna sabe de lo que hablo. "Extracción del útero".- Continúo. "¿Tan joven? A mí me quitan los dos ovarios". Me pregunta por el médico. Tenemos el mismo. María (así es como le llamaré aunque no sea su nombre real), viene acompañada por su hermana y sobrina (una joven muy guapa pero bastante bruta). Se sientan en dos de las tres sillas colocadas al final de la habitación, debajo del ventanal. Mientras María coloca sus enseres en su armario, decide ponerse el pijama. Habla conmigo y con sus acompañantes, habla muy alto. Echo en falta una cortinas que separen cada una de las camas.
     Yo sigo con la ropa de calle mientras me tumbo en la cama para hacer mis primeros crucigramas. Pero no consigo concentrarme, no paran de hablar de una esquina a otra y lo hacen muy alto. Además, también se dirigen a mí en ocasiones. "Yo he trabajado muchos años con los viejitos, cuidándoles. Sé cómo funciona esto. Te lo digo porque si te ven con la ropa de calle, te pueden llamar la atención. Por eso de las infecciones...".- Le hago caso y me pongo el pijama. Unos minutos más tarde aparece su hijo de 34 años. Ella tiene 51. Sobre su trabajo en residencias no parará de repetirlo durante su estancia en el hospital.
Tenía tantas ganas de que se fuera su visita... me sentía agobiada. Hablaban de mí, de lo que me iban a hacer mientras yo me dedicaba a hacer crucigramas y luego a leer un poco (casi nada pude hacer, sobre todo si se tiene compañeras habladoras, y yo tampoco soy escueta...).
     Confundo auxiliares con enfermeras, así que cuando volvió a entrar la joven a nuestra habitación, le pregunté dónde podía comer algo, venía del trabajo y no había comido nada, además, me dolía la cabeza. "Estás ingresada. Del centro ya no puedes salir. Y aquí ni hay cafetería ni máquinas".- Ante mi estupor continuó. "Pero la merienda te la traeremos en un momento. No se debe ni comer ni beber después de las 12 de la noche".
    Podía vivir sin comida durante horas y días (llevo a dieta desde que empecé a creer que estaba gorda sin estarlo), pero sin agua... se me haría complicado. No obstante, cumplí. La merienda consistió en un café con leche y galletas María en pequeños sobresitos de cinco.
     De cirugía subieron a nuestra habitación la huésped más antigua, llamémosla Isabel. Había sido tratada de una hernia, su segunda o tercera, y se quejaba. Esta vez había habido complicaciones. Lo primero que hizo Maria fue presentarse y preguntarle de qué le habían operado. También habló por mí. Isabel venía acompañada por una hija y sobrina, ésta última auxiliar de enfermería. Eran buenas "vecinas". Ambas compañeras recibieron muchísimas visitas a lo largo de la tarde. Yo no entendía el por qué me habían hecho ingresar a las cuatro de la tarde cuando podía haberlo hecho mucho más tarde y terminar mi jornada laboral.
     Tumbada en la cama ya en pijama, rodeada de gente desconocida a ambos lados (yo estaba en la cama del centro), intentaba ver algunos vídeos graciosos a través de mi smartphone (heredado de mi padre) y contestando WhatsApp (tampoco le había dicho a mis amigas el número de mi habitación), cuando alguien se acercó a mi cama. ¡Era mi padre! No le esperaba y he de reconocer que me agradó su visita. "¡Cómo no te voy a visitar. Eres mi hija!". Quise hacerme "la dura" no diciendo nada a nadie, pero cuando me vi sola en la habitación (a pesar de que había mucha gente, pero nadie de mi entorno), lo noté.
     Dejé lo que estaba haciendo y mi padre se sentó en la cama, frente a frente. En un momento dado nos trajeron la cena, recuerdo que eran tres truchas precongeladas de atún (no recuerdo qué más. Tal vez un consomé, yogur, pan...). Con el hambre que tenía me lo comí todo, a pesar de que esto no forma parte de mi dieta diaria.
     Le mostré mucha tranquilidad a mi padre. "El miércoles ya estaré trabajando. Estoy realmente tranquila". Y no mentía. Le pregunté por las cenizas de mi abuela, y que no pudo tirar el domingo. Era lunes, tocaba ver Gran Hermano. Antes de la marabunta Isabel nos preguntó si nos gustaba el programa. María había dejado de verlo este año. Yo lo sigo desde que empezó, a pesar de que llegué a escandalizarme y declarar que era lo que nos faltaba... Se acercaba la hora de la gala y aún seguían los familiares con la visita. Un familiar de Isabel puso un euro en el cajetín de monedas del televisor, pero no funcionaba sin un mando. Así que mi padre lo alquiló por 15 euros en recepción. Se trataba de una fianza. La joven había perdido el euro, pero siguió metiendo monedas y tuvimos unas 3 horas de televisión. Yo le daba la espalda porque seguía hablando con mi padre, al igual que el resto de los familiares. A las diez finalizaban las visitas.
     Las tres nos quedamos en la cama, Isabel no podía moverse, así que tuvo la misma posición desde que la subieron a la habitación tras la intervención. Llevaba horas sin beber ni comer y se sentía deshidratada. Además, debía dormir boca arriba. Tanto María como yo nos compadecimos de ella. "Es interesante saber cómo lo está pasando, aunque nosotras vamos por otra cosa que nada tiene que ver. Seguramente estaremos mejor que ella".- Decía por entonces una "ignorante" María. Yo también pensaba lo mismo.
     Si no recuerdo mal, la expulsada había sido Miriam, por lo que la entrevista prometía ser interesante. La semana siguiente sería Igor, estaba segurísima (y no me equivoqué).
     Los familiares se habían ido, pero con Isabel quedaron su sobrina y una de sus hijas. Eso me resultó molesto porque cada vez tenía menos intimidad (molestia acuciada por mi timidez, todo hay que decirlo). Se quedaron toda la noche. A pesar de que aún no había sido operada, no conseguí conciliar el sueño hasta tarde, no obstante, durante toda la noche oía los susurros de Isabel y sus acompañantes. Se notaba que intentaban respetar nuestro sueño, pero el vuelo de una mosca consigue despertarme. Y en mi casa yo me desvelo continuamente, aquí no iba a ser menos. Así que, continuamente, les oía hablar. Isabel se quejaba mucho, como podía para que no le oyéramos sus compañeras de habitación. Se agradecía el gesto, a pesar de que yo no conseguí dormir toda la noche.

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