MIERCOLES 17 DE ABRIL DE 2013:
Nuevamente mi tía seguía allí cuando desperté. Seguía desvelándome, pero con la "bomba" me quedaba algo más tranquila.
Cuando pude abrir los ojos el miércoles, antes y después de los dolores espantosos del día anterior, pude leer todos los mensajes de mi gente (nunca había recibido tantos mensajes a la vez de tanta gente). El mismo momento en el que el enfermero abrió la puerta para llevarme en silla de ruedas al quirófano, entró un joven preguntando por mi nombre y apellidos. Extrañada miré hacia arriba y vi que portaba un gran ramo de flores. Me presenté y me dijo que me las dejaba en mi mesa. "Es la del centro".- Le gritaba mientras me alejaba. Cuando mi padre las vio más tarde, me leyó la tarjetita, de parte de mis jefes. Así que al día siguiente respondí a todos los WhatsApp agradeciendo todos los apoyos y contestando alguna que otra duda de mis jefes (algo que yo les pedí)...
Nuestra rutina siguió siendo igual. Líquidos por la mañana, tarde y noche. Y yo seguía dejándolos. Hasta el agua (que bebo mucha), me esforzaba por beberla. A María se le veía bien. De algún que otro tirón se quejaba, pero se levantaba más que yo. Se le veía más fuerte. Una de 51 frente a una de 37 (yo estaba para echar a los leones y que estos me escupieran). Era envidiable. Nos habíamos aseado en la ducha, puesto los camisones sin ropa interior, nos había visitado el ginecólogo a eso de las 6:50 horas. Nos habían cambiado la bolsa de los analgésicos, y a mí, además, me habían puesto suero.
Como el día anterior me habían cambiado la vía, ahora la tenía en la muñeca de la mano derecha. Fue algo incómodo lavarme el pelo, ya que se enredaba con el mismo. Me duchaba con la sonda y el drenaje. Medio encorvada.
Habíamos comprobado, tanto María como yo, que ni podíamos toser, ni reírnos, ni tan siquiera bostezar o estornudar. Para reírme, que lo hacíamos mucho, me agarraba el estómago y dolía menos, desgraciadamente no podía reírme a carcajada. Después de la operación, tanto ella como yo deseábamos toser, pero para que no nos doliera, sólo carraspeábamos (y como si estuviéramos en mitad de una obra de teatro). Lo de estornudar no lo podíamos evitar. Lo hice dos veces y sentí que me moría del dolor. Ella se atragantó con un granito de arroz y al toser, sin pensárselo, vio las estrellas. También le vino un estornudo y se acordó de toda su familia.
"Hay que caminar, señoritas. Al menos quedarse un rato en la silla".- Nos decía uno de los enfermeros. "Yo me he estado levantando y bien".- Se defendía María ante el tirón de orejas del muchacho.
Lo único que yo quería era recuperarme, así que le hice caso. Me levanté de la cama, no sin antes ponerlo en posición vertical, como si de una silla se tratara, para que me fuera más fácil levantarme. Me dolía mucho el estómago y cuando me quedé sentada en la cama comencé a sentir mareos. Pero yo seguí en mi empeño. Había venido unos familiares de María. Y ahora recuerdo que también estaba Pilar (nuestra nueva compañera, a quien le habían colocado una prótesis en su rodilla izquierda), una estupenda señora de 61 años. También estaban sus hijas allí. Es lo que recuerdo por lo siguiente...
Aproveché una de las sillas que mi tía había dejado al lado de mi cama y, portando mi orina y drenaje, me senté en ella como si me fuera la vida en ello. María seguía en la cama hablando con su gente y parecía animada. Pilar se quejaba mucho de los dolores, si no recuerdo mal, le habían operado el día anterior, y de la UVI le habían subido a nuestra habitación.
Yo seguía con los mareos, hasta que en un momento dado pensé que vomitaba allí mismo. Me levanté como pude, y con mucho dolor en el estómago, caminé hacia el baño mientras el corto camino bombeaba ante mi vista. Fue una sensación muy incómoda. "No llego".- Pensaba. Caminaba ayudándome de la pared a mi izquierda y con la otra mano portaba la orina y el drenaje. Intentaba ir lo más rápido posible, encorvada siempre. Recuerdo incluso que mi trayectoria fue cortada por el hermano de María que me pidió perdón... Le dije que no se preocupara. Debieron verme muy mal porque me preguntaron qué me ocurría. Cuando llegué al aseo, hinqué mis rodillas en el suelo y coloqué mi cabeza encima del retrete. Tenía unas ganas tremendas de vomitar pero no lo conseguía. Apareció la hija menor de Pilar y me preguntó si necesitaba ayuda. Miré hacia arriba y le dirigí una sonrisa mientras me moría por dentro: "No, gracias".
Debieron llamar a los enfermeros, porque en ese momento aparecieron dos de ellas mientras una intentaba levantarme del suelo. Justo en el momento en el que lo hizo, me dieron dos arcadas y creí morirme de dolor. Me cogió tan desprevenida que ignoré que el hecho de vomitar iba a dolerme tanto el estómago. Era como si alguien me estuviera arrancando la piel. Me volví loca y lloré. No vomité (principalmente porque no había comido desde el martes), pero el amago fue tan fuerte que volví a tirarme al suelo y mientras una enfermera me volvía a recoger, la vía de mi muñeca quedó atrapada en el váter y se cayó dentro del mismo. Comenzó a brotar sangre. Fue el primer día que veía cómo estaba puesta una vía (no suele darme impresión, pero si no lo veo, mejor. Impresiona un poco).
Me recogieron entre dos enfermeras mientras seguía saliendo sangre de mi muñeca hasta que una de ellas me taponó el agujero. También me limpiaron los dedos de los pies, que se habían llenado de sangre. Me dio tiempo de ver el estropicio y pedí perdón. Ellas no le dieron importancia, pero a mí me pareció ver "La matanza de Texas" (fue la primera película que me vino a la mente. Ahora me doy cuenta de que exageré un poco).
Me llevaron a la cama e intentaron acostarme. El mareo y las náuseas eran incesantes. Aunque para mi padre mi peor día había sido el de ayer, para mí había sido hoy. Estuve todo el día con náuseas. Me abrieron otra vía, esta vez en la muñeca izquierda (hoy, 28 de abril, veo aún tres de los cuatro pinchazos que abrieron para las vías). Veía como el primer lugar de la vía, en la fosa del codo, estaba amoratado.
Además, los gases no me dejaban en paz, el dolor era igual que una montaña rusa (según mi hermana, como una lanzadera). Me contenía los gases y eso me hacía más daño. María, por su parte, se provocaba los eructos para no sufrir de gases. El ginecólogo nos había dicho que al abrir nuestro estómago, lo normal era que entrara aire (hoy es 28 de abril, y sigo teniendo gases). Era muy doloroso. ¡La comida me daba asco! Le pedí a la auxiliar si podía llevarme manzanilla en vez de café con leche (siempre nos traían lo mismo). Seguramente fue el primer día que nos tocaba comer algo sólido (María tenía muchas ganas de comer, y de vez en cuando comía algo de lo que le había traído su familia. Hablaba de una tortilla y a mí me estaba entrando náuseas).
No recuerdo si fue ese día que me visitó otra tía mía, y me trajo una caja de bombones (que abrí el domingo en mi casa). Tampoco recuerdo si fue ese día que volvió una de mis mejores amigas, la misma que me había comprado las revistas, me había traído comida, etc. La mejor... sin duda... si se tienen amigas así, para qué más (y yo le descuido tanto...). Quisiera agradecerle todo lo que hizo por mí. Ella y su hermana (quien empezó todo esto pagándome las visitas al ginecólogo). María también fue agasajada con una caja de bombones que repartió entre los asistentes. Todos comieron menos yo.Para la noche pedí que me pusieran "la bomba". Casi rogaba, porque creía que era lo único que me ayudaba a dormir. Mi tía volvío esa noche para cuidar de mí. Me daba tanto apuro... no estoy acostumbrada a pedir ayuda...
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