JUEVES 17 DE ABRIL DE 2013:
Mi tía paterna había estado toda la noche a mi lado, algún que otro momento le oí roncar, así que seguramente se habría quedado dormida, era normal. Ni siquiera le había pedido que fuera... yo sólo quería que ella descansara después de la última semana que había pasado (eso sin contar los dos últimos años con mi abuela).
A Isabel ya le habían dado el alta, así que sólo quedamos María y yo. No estábamos seguras de que llevaran a alguien más. Ni siquiera recuerdo si nuestra tercera nueva compañera: podríamos llamarle Pilar, ya estaba en la habitación...
Yo había conseguido abrir los ojos. Me trajeron el desayuno, café con leche, que rápidamente mi tía me preparó y me dio con pajita. El día anterior, tanto María como yo, pedimos a nuestros familiares que nos mojaran los labios, estábamos secas. No había sido mala noche, lo típico, me desvelaba y luego conseguía dormir, eso sí, siempre boca arriba, pero no se me hizo tan difícil.
Recuerdo que me pincharon para extraerme sangre y ver qué me ocurría, por qué no conseguía abrir los ojos como había hecho María (recuerdo que operada casi de lo mismo, ella de los dos ovarios, yo de un ovario enquistado y parte del útero). También me tomaron la tensión (todo perfecto, no entendían). Me revisaban los analgésicos cada cierto tiempo... Pero lo que más me llamó la atención fue que ¡no tuviera ganas de orinar! aquello era muy extraño... No fue hasta unas horas más tarde que descubrí que de mi vagina aparecía un tubito muy fino y flexible que daba a una bolsa colgada en un extremo de mi cama, ¡era mi orina! Se trataba de una sonda urinaria. Lo había visto la semana anterior cuando mi abuela fue ingresada. Otra maravilla que pedí llevarme a casa. También tenía un frasco con sangre, el drenaje. Además, me habían inyectado una cánula de 3 ó 4 vías en mi brazo izquierdo.
Con el drenaje de Isabel ocurrió una cosa muy curiosa. La noche que se quedó únicamente su hija de 18 años (que probablemente fuera del martes al miércoles), ésta tuvo que ser asistida por una enfermera en el baño. La joven llevó a su madre hasta el servicio de la habitación, y cuando vio el drenaje (parecía una botella con líquido de frambuesa) estuvo a punto de desvanecerse, por lo que la madre, asustada ante la situación, y sin ayuda, salió del baño como pudo para llamar a una enfermera (a pesar de que en el baño había un tirador de llamada). Fue la anécdota del día. María no paró de repetírsela a todos y cada uno que le visitaban.
Seguramente fue esa misma mañana o tarde cuando Isabel abandonó el hospital por alta médica.
La noche anterior, por lo visto, nuestro ginecólogo había "amenazado" con llegar a las 6:30 horas de la mañana para saber cómo estábamos... Eso me contó María.
6:30 horas del miércoles 17 de abril de 2013. Nuestro ginecólogo aparece por la puerta preguntando por nuestra situación. Se dirige más a mí. Yo ya puedo abrir los ojos y consigo hablar con él. Por lo visto, me falta hierro (aunque de casi siempre... al sangrar tanto). Unos días antes, mi doctora de la Seguridad Social me había dicho que tomara cápsulas de hierro. El ginecólogo me dijo que dejara de tomarlas porque no era buen momento. Ni siquiera la vitamina C, que mi terapeuta (medicina holística) me había recomendado para cicatrizar mejor, debía tomármela. Nos advirtió que nos entrarían muchos gases, pero aún no padecíamos de ello.
María parecía estar mucho mejor que yo. Aparecieron los enfermeros (o auxiliares) para que nos ducháramos y hacernos las curas. María salió de su cama completamente desnuda hasta el baño. Yo no quería pasar por eso, así que cuando tocó mi turno, pedí llegar a la ducha tapada con una sábana. Estábamos completamente desnudas. Me sentaron en una especie de silla de ruedas en forma de váter. Me llevé el drenaje y la sonda colgando en mi regazo. Dejaron la puerta del baño completamente abierta y una joven, muy amable, que sólo vi dos días, me pidió que me deshiciera de la sábana. Así que, contra mi voluntad, me quedé completamente desnuda frente a ella... dos compañeros suyos entraron también al baño mientras yo intentaba ducharme... completamente desnuda... Mi timidez se iba con el agua. Como no tenía pensado quedarme mucho tiempo, no se me ocurrió llevar ni cepillo ni crema suavizante para el cabello.
Tras ponerme el camisón que me había regalado mi amiga el día anterior, me dirigí, como pude, a mi cama... completamente encorvada, como si se tratara de una octogenaria. Llevaba muchas horas tumbada en la cama. Aunque me pinchaban en el estómago, como hacían a mi abuela durante su ingreso en el hospital la semana anterior. Me explicaron el motivo, pero ya no lo recuerdo, sé que era por estar en cama. No tenía ropa interior puesta, sólo el camisón.
Antes de mi aseo, mi tía ya se había ido. Llegó mi padre y con él el almuerzo, sólo líquido, que yo rechacé, no tenía nada de hambre.
Entrada bien la tarde, comenzó a dolerme muchísimo el estómago, muchísimo. Comencé a revolverme en la cama como podía. No podía gritar, sólo lloraba mientras rogaba: "¡Por favor! Por favor! ¡Quiero morirme! ¡Quiero morirme! ¡Me duele muchísimo! ¡Muchísimo! ¡Por favor, que me quiten este dolor!". Eran más fuertes que mis cólicos. Mi padre entraba y salía de la habitación pidiendo ayuda. Mi hermano también había llegado. Me subieron las barras de la cama porque lo único que yo quería era bajarme de ella, eso sí lo recuerdo, aunque ellos exageraron diciendo que me quería tirar. Pero allí no aparecía nadie.Por fin vino un enfermero. Negro. Lo matizo porque el día anterior, por lo visto, había sido quien me había asistido por la tarde, y mis amigas me dijeron, con sorna: "Acaba de llegar un maromo negro de los que te gustan a ti" (o algo así). Terminé confesándoselo al enfermero cuando le pude ver al día siguiente, eso sí, diciéndole que habían sido mis amigas quienes me lo habían dicho... y que no se equivocaban... Me cambió la vía una segunda vez y me puso algo llamado "bomba". Me pidió que le mirara a los ojos mientras intentaba tranquilizarme... pero lo que él no entendía era el dolor tan fuerte que tenía en mi estómago. "¡Te tienes que tranquilizar, así no vas a conseguir nada!". Otra persona, en mi lugar, le hubiera mandado a la "M" directamente. Yo lo hacía desde mi interior. Mi hermano me pedía que respirara, pero los dolores eran insoportables.
Conseguí tranquilizarme, cerré los ojos y me quedé tal como me habían suministrado ese analgésico llamado "bomba". Los dolores seguían ahí, pero estaban tan sedada que no tenía fuerzas para seguir llorando. No obstante, oía lo que ocurría. Recuerdo que llegó familia de María. Los tenía a todos a mi derecha y hablaban muy alto. Algunos de ellos pedían bajar la voz, pero rápidamente volvían a hablar alto. Mi padre se quedó en el hospital hasta que vino el ginecólogo: "Ahora estoy dormida, no le vamos a despertar".- Le oí decir, pero yo abrí los ojos, le sonreí y volví a dormir.
Mi tía volvió a quedarse esa noche.
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