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martes, 30 de abril de 2013

Día 7: Mi alta médica


DOMINGO 21 DE ABRIL DE 2013:


     Tenía ganas de volver a casa. Pero al igual que María, tenía miedo de no estar asistida cuando tuviera algún dolor. Los tirones en el estómago eran fortísimos, no me daban cuartelillo. Caminaba cada vez más encorvada y gritaba en silencio. Antes de asearme, pedí que me quitaran la vía. No obstante, casi no pude mover el brazo derecho, ya que parecía que lo seguía teniendo (me recuerda a cuando me quitaron el yeso al romperme la muñeca hace unos pocos años. Mi brazo casi no lo sentía, a pesar de estar liberada).
     El ginecólogo, fiel a su horario, apareció a eso de las 6 de la mañana. Hoy me daba el alta. Que usara una faja para la herida (aún estoy por comprármela), pero tipo braga... Y otras indicaciones más. "Puedes seguir comiendo normal".- Me indicaba. "Mejor no".- Le respondí con sorna. Ante su sorpresa le dije que mi dieta se basaba en pizzas, bocadillos, perritos calientes, etc. Incluso me aconsejó que no dejara mi tratamiento del Escitalopram y del ansiolítico Alapryl (que mi padre tuvo que llevarme al hospital unos días después de los dolores fuertes, para que desapareciera mi ansiedad). También me dijo que ya podía seguir con Ferro Sanol. Le di las gracias y le pedí que no perdiera esa calidad humana que le caracterizaba. Él sonrió. La amiga que había pagado el comienzo de mi tratamiento, le reconoció, casualmente había sido su ginecólogo hacía unos meses... Él se ha convertido en mi ginecólogo, lo tengo clarísimo. Una de las enfermeras nos dijo a María y a mí que era buena persona, aparte de ginecólogo. Que no sabía cómo su mujer podía seguir con él, ya que estaba todo el día trabajando. En el hospital concertado (donde estaba yo en esos momentos), en otro ambulatorio (donde le vi por primera vez) y en su consulta. Que además, le dice a las pacientes que vayan tempranito al ambulatorio para que no tengan que pagar consulta...
     Pilar fue aseada en la silla de ruedas y la llevaron hasta su cama completamente desnuda. No paraba de quejarse... El domingo no fue su mejor día. A mí me hicieron la cura, esta vez me había puesto el pijama que llevaba el primer día, y por fin tenía puesta ropa interior.
    La pobre Pilar no paraba de quejarse. Llamé a mi padre para comentarle que me habían dado el alta, que podía coger un taxi y se negó. Pero que si podía comer allí, mejor. La enfermera me lo había preguntado unos segundos antes. Durante dos días me pusieron pescado con trozos de zanahoria hervida. Entre la poca hambre que tenía, el pescado que no me gusta mucho, y que la zanahoria hervida me gusta menos, el plato casi siempre volvía como llegaba. Lo que sí tomé del todo, fue un caldo de pescado con arroz que sorprendentemente me gustó. Pues como no me comía la zanahoria (cruda me gusta), supongo que el cocinero pensó: "Pues ahora te las tragas como cocinero que me llamo", y me las mezcló con macarrones. Me comí todo el contenido del plato, zanahorias hervidas incluidas.
     El enfermero que me entregó el alta era el joven negro. Me explicó lo que debía hacer a partir de ese momento... reconozco que no le hice mucho... Y por culpa de esto, le pregunté por un concepto que aparecía en el alta: "¿Qué es eso de que queda pendiente la histopatología?". "Son las pruebas que te comenté por las que debes esperar". Para recoger mi biopsia, me llamarían unos pocos días más tarde.
     Mi alta dice lo siguiente: Útero miomatoso de unos 12 cm. Ovario drcho. normal pero adherido a cara post de útero. Ov. izqdo: quiste de aspecto endometriosico de unos 8 cm+nódulo calcificado de unos 3 cm. Síndrome adherencial que ocupa toda la pelvis menor. Intervención: liberación de  adherencias, liberación de anejo drcho. Histerectomía substotal (se converva cervix uterino). Anexectomía izda. cierre por planos. se deja surgicel en Douglas y redon.
     Ni que decir que hay mucho que no entiendo.
     Unos amigos de Pilar habían ido por la mañana, yo estaba intentando dormir cuando oigo al señor diciéndole a Pilar que me conocía, que quería que le presentara. Pilar respetó mi descanso (a pesar de que lo estaba escuchando todo, pero no abrí los ojos, sino sólo cuando pasaron por delante de mi cama). Hablaban muy alto, pero en un momento dado perdí la noción del tiempo, porque una enfermera me asustó cuando intentó tomarme la tensión. Entonces vi su cara y seguí oyendo la conversación de Pilar con sus amigos. El señor aprovechó y finalmente conversamos, pero yo no estaba para eso, así que volví a cerrar los ojos, pero no conseguí dormir esta vez.
     Con la bandeja de la comida, venía una tarjetita azul con el número de la cama. La usé para pinchar el pendiente de María e indicar su fecha de alta y baja, al no conocer sus apellidos. Y también le envié un SMS, pero no obtuve respuesta. El enfermero negro se quedó con la nota mientras sonreía (supongo que por el gesto). "Mejor dámelo a mí, porque en recepción pasan un poco".- Aunque se ofreció con desdén.
     Mi padre llegó por la tarde, cuando yo estaba durmiendo. La hija mayor de Pilar también coincidió con mi salida y nos despedimos como si se nos fuera la vida en ello. Entré con una mochila cargada, pero mi padre tuvo que cargar con la mochilas más tres bolsas llenas de regalos y cosas nuevas. 
     Llegamos a recepción y devolvimos el mando del televisor, así que mi padre pudo recuperar sus 15 euros. Tenía que bajar una pequeña escalinata, no lo pasé bien, hacía una semana que no hacía ese esfuerzo... Cuando salí a la calle con pijama, el mercadillo estaba en sus últimos minutos. Y efectivamente la calima no era normal... hacía tanto calor, que sólo unos segundos bastaron para que empezara a sudar (habíamos tenido todo el aire acondicionado que quisimos en nuestra habitación. Pero cuando ésta se llenaba de gente, el calor se hacía notar). Cuando llegué al coche de mi padre, tardé minutos en subir al mismo. La carrocería estaba ardiendo y yo no quería ayuda de mi padre, así que intenté subir como pude, con muchos tirones, hasta que solté lágrimas de dolor. Mi padre colocó el cinturón de seguridad de otra manera para que no me obstaculizara el estómago.
     Cuando llegamos a casa, lo primero que hice fue pesarme. ¡Seis kilos menos! Estaba encantada, pero dolorida a la vez, así que me tumbé en mi cama. Mientras veía la tele, comencé a sentir mucho sueño, y quise cambiar de postura. Como no conseguía levantarme de mi cama, empecé a girar sobre mí misma encima de ella, y sentí tanto dolor que pegué un fuerte grito. Lloré amargamente. Mi hermana corrió a llamar a mi padre y éste se asustó. "¿Por qué no me pides ayuda? No quiero que hagas esfuerzo alguno. Ahora estoy yo para cuidarte".- Pero yo no quería abusar. Lo que comenzó siendo un drama, terminó como comedia. Mi padre buscaba soluciones para que yo pudiera estar cómoda en la cama, así que con sus robustos brazos, intentó levantar el colchón (tal como hacía la cama en el hospital), y poder beber. Comencé a reírme mientras me agarraba la tripa para que no me doliera, entonces él se reía y soltaba el colchón sin darse cuenta. Mi hermana tampoco ayudaba mucho. Buscó una pajita para darme de beber, pero no encontró. Cogió una gran cuerda y la ató en una puerta anexa a mi habitación, para que yo pudiera levantarme, pero me hacía mucho daño. Mi hermana intentó levantarme de la cama, pero yo estaba gritando de dolor, ¡el estómago me tiraba! Mi padre volvió a intentarlo y cuando conseguí levantarme empecé a gritar de dolor. "¡Dios, mi barriga, me quema, me quema!".- Gritaba mientras lloraba. Mi padre se sentía impotente, pero el dolor era demasiado... Pasaron minutos hasta que el dolor remitió (aunque no del todo). Mi hermana sugirió que durmiera en la azotea. No sé por qué, acepté la idea. Abrimos el sofá cama y tras acostarme, noté una pequeña diferencia. No obstante, cuando volví a levantarme, pegué tal grito que mi familia volvió a asustarse.
     No me atreví a estar al lado de mis tres perros (nos separa una puerta corredera y una verja de metal). Tenía miedo de que se tiraran a mi encuentro por la alegría después de una semana. Desde el divorcio de mis padres, mi hermana y yo tenemos un pequeño ritual, ver películas los domingos. Ahora estamos con la saga "Resident Evil", y me preguntó si este día tocaba película o no. "¡Por supuesto! La podemos ver en la azotea, donde está el televisor más grande". Y así fue. Tras la película, ella se fue a la cama porque al día siguiente debía ir a la Universidad. Mientras tanto, yo sólo pensaba en el trabajo, lo que me había quedado pendiente. Seguía durmiendo boca arriba... incomodísimo y doloroso.
     Yo tenía la esperanza de que al día siguiente no me doliera tanto el estómago, pero reconozco que me daba mucho miedo levantarme de la cama, que era cuando más me dolía.
     A la hora de dormir, me tomé un ansiolítico, abrí la ventana de par en par para que corriera algo de fresco, y me quedé con una sábana. Dormí mejor... pero no bien...

Día 6: El alta de mi compañera


SÁBADO 20 DE ABRIL DE 2013:


     "¡Dolor! ¡Mucho dolor! ¡Alguien me estaba tirando de la piel! ¡Quema! ¡Y me pica!". Todas estas eran las sensaciones que de igual, mayor o menor grado sentíamos María y yo cuando nos levantábamos de la cama. Era un dolor espantoso, y más nos encorvábamos.
     Hoy le daban el alta a María. Podía regresar a su casa. Tenía muchas ganas por un lado, por otro, le daba miedo que tuviera algún dolor y no pudiera solventarlo. Tuvimos un pequeño encontronazo, no recuerdo si esa mañana o la noche anterior. Me echó en cara que nunca tocaba el botoncito rojo (el que se utilizaba para llamar a los enfermeros ante cualquier incidencia). Se metió en el baño y hablé alto con Pilar: "¡Estoy cansada de que me rodee gente que me anule la personalidad. Tengo 37 años y no paran de decirme lo que tengo que hacer! Si no he tocado el botoncito rojo es porque no lo he necesitado o no he querido tocarlo. Pero si tú me pides que lo toque, yo lo haré encantada por ti".- Estallé, porque en mi vida siempre ha habido personas que han podido conmigo. No tengo carácter, sólo mal carácter, que pienso, no es lo mismo. Ella salió del baño, y tal como yo esperaba, me oyó. Intentó suavizar el tono que había utilizado o la frase diciendo que era una broma... lo dejé pasar (tengo mal carácter, pero no soy tonta, por suerte o por desgracia, soy una persona muy suspicaz). Entonces se lo dije, calmadamente: "Lo que no puedes es decirme lo que tengo que hacer con 37 años que tengo. Yo no he tocado el botoncito porque bien no lo he necesitado, bien porque no quería molestar a los enfermeros. Además, ellos vienen continuamente. Y a ti nunca te he pedido que toques el botón por mí. También es verdad que tú les llamas continuamente. Ahora, tú me dices que te llame al enfermero porque tú no puedes, y yo lo hago encantada". No, no me quedé a gusto. Me pongo nerviosa cuando discuto, tengo un problema, y es que no me gusta quedar mal con la gente (sé que eso no se puede evitar).
     Hacía una o dos noches se había quedado una cuñada de Pilar a cuidar de ella. Fue la peor noche para mí. Justo la que pedí a mi tía que no fuera porque me sedaban tanto que no le necesitaba. Tanto María como Pilar, se quedaron dormidas, yo tenía tantos dolores que me era imposible, además, debía seguir durmiendo boca arriba, y me faltaba el aire (además, me hacía roncar). María había conseguido una postura distinta a la decúbito supino, por fin dormía de lado, aunque con esfuerzo. A mí me era imposible por los dolores. Me levanté de la cama y salí de la habitación intentando no llorar por los dolores tan fuertes. Serían las 11 ó 12 de la noche. Como los enfermeros me habían pedido caminar, fue lo que hice, más bien para aburrirse. Conté unas 40 vueltas, el pasillo no era muy largo y en un par de minutos conseguía rodearlo. Nadie me dijo nada... parecía una sonámbula caminando por un pasillo de hospital a altas horas de la noche. Encorvada, encorvadísima. A fecha de hoy (30/04/13) me sigue doliendo la espalda. Volví a la cama. Me puse a jugar con el móvil... pero nada, no conseguía quedarme dormida. Comencé a leer una de las revistas que mi amiga había traído... Finalmente me rendí ante morfeo. Perdí la fe en "la bomba", cuando una enfermera me dijo que era lo mismo que me ponía por las mañanas, un simple analgésico en líquido, creo que Nolotil. No sé si rompió la magia de mi sugestión, pero esa noche no fue de las mejores...
     Como comenté anteriormente, esa mañana entregaron el alta a María (quien el día anterior había insistido para que yo viera cómo era nuestra intervención, a pesar de decirle que no tenía intenciones). La amiga que pagó mi primer tratamiento había venido ayer y coincidió con mi tía, a quien le entregué una rosa regalada por la hermana de aquella. Se emocionó más por la carta escrita y el detalle que por la rosa en sí. Agradeciendo, de todo corazón, el gesto a mi amiga a través de su hermana. A mí me regaló una bonita flor blanca...
     Mientras, quise hacer tiempo, así que salí de nuevo al pasillo a dar algunas vueltas. Fuera se encontraba uno de los hermanos de María, a quien ella había avisado para que le fuera a recoger, pero no le esperaba tan pronto. Avisé a mi compañera y me pidió que le dijera que esperara, aún no se había aseado. Así fue. Se puso sus mejores galas, me pidió mi número de móvil y nos despedimos con un beso "volao". A mí me costaba levantarme de la cama. Se le había perdido un pendiente, pero no le dio importancia (unas horas más tarde, mientras limpiaban la zona de María, encontraron el pendiente que yo guardé). Todos nuestros familiares no paraban de decirnos que la calima era insoportable. María llevaba puesto una rebeca, un vestido negro y botas...
     Lo primero que pensé fue: "¿Y ahora de qué hablo yo con Pilar? Me pongo a hacer crucigramas y ya está". Nada más lejos de la realidad, tuvimos mucho de qué hablar... y confesarnos. Me recomendó a su psiquiatra, me dijo que yo no estaba bien, que se notaba que estaba deprimida, y que no tenía apatía (como me había dicho una antigua amiga). Nos prometió un queso a María y a mí, su marido estaba a punto de llegar, pero María ya no estaba, así que el queso nos lo repartimos entre todos y nos llevamos un poco a casa. Cuando los dolores me dejaron ver más allá (salvo cuando me levantaba de la cama últimamente), mantuve conversación con las hijas de Pilar... qué vida habían tenido... Pero eso me lo reservo...
     Nos quedamos solas, hablamos mucho, hasta que llegaron unas amigas de Pilar, y luego su familia... Yo me dediqué a dormir.
     Mi padre había ido un rato al mediodía antes de acudir a la celebración del cumpleaños de mi sobrino. Hacía unas semanas, mi hermano me había pedido hacer unas tartas, pero obviamente, no podía ser. Es más, un mes antes de todo esto, fuimos todos a visitar a mi abuela (quien había fallecido la semana anterior) a su casa. Ese día yo me encontraba con migraña y náuseas. Mi hermano, de broma, me dijo que si no estaría embarazada... entonces le dije que eso no iba a ser posible, y por primera vez le conté lo que me pasaba... le cogió de sorpresa, pero como no somos una familia de mostrar nuestros sentimientos... todo quedó en una simple anécdota... Eso había sido el Jueves Santo (último día que vi a mi abuela de pie, frente a mí, comiendo, sonriendo de vez en cuando y hablando muy, muy poquito).

lunes, 29 de abril de 2013

Día 5: Mejor, pero no bien


VIERNES 19 DE ABRIL DE 2013:


     Cuando desperté, mis mareos seguían ahí, pero no había sido como el día anterior. Mi tía, quien se había quedado de nuevo esa noche, me pidió que tomara, al menos, el zumo de piña que me habían traído. Y así estuve un rato, sorbo a sorbo. Mi padre me había regalado dos camisones más (cada vez más cortos para mi gusto) y un par de zapatos zueco en azul marino, muy parecidos a estos. Sin lugar a dudas eran más cómodos que mis sandalias de verano (las única que llevé pensando que estaría uno o dos días).
     Conforme hablaba con mi tía y compañeras de habitación, de repente me entraron ganas de vomitar y rápidamente agarré una pequeña caja de cartón que me había entregado el día anterior para ello. Esa vez sí vomité. Estaba la cama inclinada en forma de silla y el primero lo llené de líquido. Estaba tan lleno que mi tía tuvo que alcanzarme el otro. Líquido, vomité líquido. ¡Mi estómago iba a estallarme! Estaba haciendo un esfuerzo tremendo y parecía que las grapas, en cualquier momento, saltarían (era sólo la sensación). No sé cómo mis acompañantes pudieron sorportar aquello (yo no puedo, alguien vomita delante de mí y yo lo hago detrás).
     Un momento más tarde llegó mi padre, pero se fue con mi tía y prácticamente no le vi el pelo. El día anterior había sido el cumpleaños de mi sobrino y, a pesar de recordar el evento durante todo el año, ayer se me olvidó, así que pedí disculpas a mi hermano y a su pareja, felicitando al niño. Mañana lo celebrarían con una gran comilona. Lógicamente yo no podía ir.
     Nos volvieron a asear, tras el mismo nos hicieron las curas a Maria y a mí, tumbadas en la cama, con el camisón subido hasta el pecho y sin ropa interior. Sólo en esos momentos hacían salir a los familiares. Pero yo estaba tan cortada por el resto... El joven enfermero negro fue quien me puso la cura. Yo estaba de buen humor, me había conocido con un ataque de histeria. Pero esta vez, pensé que el esparadrapo de la cura me lo había pillado mal, porque conforme me levantaba de la cama me tiraba muchísimo la piel, tanto que gritaba por dentro. Yo, que soy muy cinéfila (aunque parece que sólo me acuerdo de gore), me hizo pensar que estaba en manos de "Puzzle" y que era la nueva protagonista de 'Saw'. La sensación era que alguien se estaba "divirtiendo" mientras con un quitagrapas me arrancaba todas y cada una de ellas mientras se reía...
     Por cuarta vez me habían cambiado la vía. De la muñeca izquierda pasó a mi fosa del codo derecho. Recuerdo que fue el día que me dolía mucho el estómago y que tanto mi padre como mi hermano estuvieron allí. Me he liado un poco con los días, pero viendo mis mensajes de WhatsApp, supe que lo primero que me había ocurrido había sido el mareo y luego el dolor de estómago (aunque creí que había sido al revés. Pequeño error corregido. Sólo ha sido en los días). Me dolía tanto la muñeca izquierda que el joven enfermero, con muy mala gana, comenzó a buscarme venas en el brazo derecho. Mantuvo mi brazo en su entrepierna (al día siguiente, creo que había sido hoy, bromeamos con eso y otras cosas delante de sus compañeros). No conseguía nada, así que daba pequeños golpecitos en mi brazo para encontrar la vena, supongo. Por fin me la colocó y dejó de dolerme.
     Nuestro ginecólogo, quien se había pasado de nuevo a eso de las 6 de la mañana, le dijo a María que el sábado ya tendría el alta, a mí me lo daría el domingo. María parecía estar mejor. Hacía tiempo que le habían quitado la sonda y podía orinar por sus propios medios.
     Yo no lo conseguía, así que me pinzaron la sonda vesical. Una enfermera nos había explicado que, tras quitarnos la bolsa de la orina, tendríamos "una colita" para orinar, como un hombre. El cachondeo fue general. Cuando sintiéramos ganas de orinar, es decir, cuando la orina estuviera llena, ir al baño y destaponar la sonda para que nuestra orina saliera por el tubito, y luego taparlo. Pero a mí no me salía, es decir, yo nunca tenía la orina llena... María sí que lo consiguió, al igual que con lo otro (en el sentido más escatológico). 
     Durante dos días me pusieron una pinza en la sonda. Yo no entendía bien a la primera joven que me lo puso, otra compañera me lo explicó así: "Vamos a hacer unos ejercicios. Les pinzaré la sonda. Así que, cuando sientan que su vejiga esté llena, orinan. Y así tres veces". Dobló el tubito de la sonda y lo colocó dentro de una capucha, para "pinzarla". Pero yo nunca lo conseguí.
     No recuerdo si fue este mismo día o el anterior, cuando una enfermera me dijo que me quitaría el drenaje. "Esto te va a doler". Aquello fue la saga Saw al completo. Pegué un fuerte grito mientras parecía que me sacaba un tubo enorme de mi cuerpo. Creo que fue en el día de hoy cuando me quitaron la sonda (estoy confundiendo un poco los días, pero los hechos son reales). A la misma muchacha le pedí que me mirara la cura porque aquello tiraba, pensaba que me había pillado algo más de "carne". "Cuando te vayan a hacer la cura, intenta tirar tú misma de tus muslos. Porque a veces, los enfermeros ponen el esparadrapo y no se dan cuenta que han pillado algo más de piel".- Me advirtió el ginecólogo, quien nos visitaba tres veces al día. A la pobre María no le hacía mucho caso... (o por lo menos esa fue mi impresión). Pero ella también estaba pasando lo suyo. Aunque pareciera más fuerte que yo...
     Llegó el gran momento, la bolsa de la orina volvió a formar parte de mi pasado (lo intentaron una vez y no lo consiguieron). Ya conseguía comer algo de sólido (muy poco, pero algo es algo, así que también se acabó el suero. De la vagina me colgaba la sonda vesical (pero sin la bolsa). En un momento dado me levanté de la cama (con el dolor fortísimo de que parecía que me estuvieran tirando del estómago) y le dije a mi tía que intentaría orinar. Y así fue. Abrí el taponcito rojo, salió un poco de líquido y comenzó a salir más... Y todos tan felices. Pero los gases seguían jugándome una mala pasada: "Al abrir el estómago, entra aire, de ahí los gases".- Nos decía el ginecólogo. "Cómprele hinojo en pastillas".- Le recomendó el licenciado a mi padre. A fecha de hoy (29/04/13), esto no me ha servido, aunque me lo sigo tomando...
     Cuando comenzaron mis gases fuertes (creo que fueron el miércoles), sólo hasta el final del día decidieron finalmente introducirme un tubito por el ano (esperaron hasta el final, cuando me lo podían haber hecho antes sabiendo que esa podía haber sido la solución, pero nada más lejos de la realidad). Me mantuve el tubo durante unos largos minutos. Una auxiliar me recomendó sentarme en la taza del váter mientras me agarraba el tubito. Mano de santo (no el remedio, sino la idea. Más cómoda).
     Mi padre apareció por la tarde, y le confesé que le había echado de menos...
     Pero los gases siguieron, y hasta el día de hoy. Hoy ponían "Sálvame Deluxe". Pagué unas tres horas y nos pusimos a ver la tele (segundo día que lo encendíamos). Las tres nos quedamos dormidas mientras el programa seguía en su curso. De vez en cuando yo abría los ojos y veía a Jorge Javier Vázquez hablando con el invitado, pero eran momentos...

domingo, 28 de abril de 2013

Día 3: Uno de los peores días tras la intervención


MIERCOLES 17 DE ABRIL DE 2013:


     Nuevamente mi tía seguía allí cuando desperté. Seguía desvelándome, pero con la "bomba" me quedaba algo más tranquila.
     Cuando pude abrir los ojos el miércoles, antes y después de los dolores espantosos del día anterior, pude leer todos los mensajes de mi gente (nunca había recibido tantos mensajes a la vez de tanta gente). El mismo momento en el que el enfermero abrió la puerta para llevarme en silla de ruedas al quirófano, entró un joven preguntando por mi nombre y apellidos. Extrañada miré hacia arriba y vi que portaba un gran ramo de flores. Me presenté y me dijo que me las dejaba en mi mesa. "Es la del centro".- Le gritaba mientras me alejaba. Cuando mi padre las vio más tarde, me leyó la tarjetita, de parte de mis jefes. Así que al día siguiente respondí a todos los WhatsApp agradeciendo todos los apoyos y contestando alguna que otra duda de mis jefes (algo que yo les pedí)...
     Nuestra rutina siguió siendo igual. Líquidos por la mañana, tarde y noche. Y yo seguía dejándolos. Hasta el agua (que bebo mucha), me esforzaba por beberla. A María se le veía bien. De algún que otro tirón se quejaba, pero se levantaba más que yo. Se le veía más fuerte. Una de 51 frente a una de 37 (yo estaba para echar a los leones y que estos me escupieran). Era envidiable. Nos habíamos aseado en la ducha, puesto los camisones sin ropa interior, nos había visitado el ginecólogo a eso de las 6:50 horas. Nos habían cambiado la bolsa de los analgésicos, y a mí, además, me habían puesto suero.
     Como el día anterior me habían cambiado la vía, ahora la tenía en la muñeca de la mano derecha. Fue algo incómodo lavarme el pelo, ya que se enredaba con el mismo. Me duchaba con la sonda y el drenaje. Medio encorvada.
     Habíamos comprobado, tanto María como yo, que ni podíamos toser, ni reírnos, ni tan siquiera bostezar o estornudar. Para reírme, que lo hacíamos mucho, me agarraba el estómago y dolía menos, desgraciadamente no podía reírme a carcajada. Después de la operación, tanto ella como yo deseábamos toser, pero para que no nos doliera, sólo carraspeábamos (y como si estuviéramos en mitad de una obra de teatro). Lo de estornudar no lo podíamos evitar. Lo hice dos veces y sentí que me moría del dolor. Ella se atragantó con un granito de arroz y al toser, sin pensárselo, vio las estrellas. También le vino un estornudo y se acordó de toda su familia.
     "Hay que caminar, señoritas. Al menos quedarse un rato en la silla".- Nos decía uno de los enfermeros. "Yo me he estado levantando y bien".- Se defendía María ante el tirón de orejas del muchacho.
     Lo único que yo quería era recuperarme, así que le hice caso. Me levanté de la cama, no sin antes ponerlo en posición vertical, como si de una silla se tratara, para que me fuera más fácil levantarme. Me dolía mucho el estómago y cuando me quedé sentada en la cama comencé a sentir mareos. Pero yo seguí en mi empeño. Había venido unos familiares de María. Y ahora recuerdo que también estaba Pilar (nuestra nueva compañera, a quien le habían colocado una prótesis en su rodilla izquierda), una estupenda señora de 61 años. También estaban sus hijas allí. Es lo que recuerdo por lo siguiente...
     Aproveché una de las sillas que mi tía había dejado al lado de mi cama y, portando mi orina y drenaje, me senté en ella como si me fuera la vida en ello. María seguía en la cama hablando con su gente y parecía animada. Pilar se quejaba mucho de los dolores, si no recuerdo mal, le habían operado el día anterior, y de la UVI le habían subido a nuestra habitación.
     Yo seguía con los mareos, hasta que en un momento dado pensé que vomitaba allí mismo. Me levanté como pude, y con mucho dolor en el estómago, caminé hacia el baño mientras el corto camino bombeaba ante mi vista. Fue una sensación muy incómoda. "No llego".- Pensaba. Caminaba ayudándome de la pared a mi izquierda y con la otra mano portaba la orina y el drenaje. Intentaba ir lo más rápido posible, encorvada siempre. Recuerdo incluso que mi trayectoria fue cortada por el hermano de María que me pidió perdón... Le dije que no se preocupara. Debieron verme muy mal porque me preguntaron qué me ocurría. Cuando llegué al aseo, hinqué mis rodillas en el suelo y coloqué mi cabeza encima del retrete. Tenía unas ganas tremendas de vomitar pero no lo conseguía. Apareció la hija menor de Pilar y me preguntó si necesitaba ayuda. Miré hacia arriba y le dirigí una sonrisa mientras me moría por dentro: "No, gracias".
     Debieron llamar a los enfermeros, porque en ese momento aparecieron dos de ellas mientras una intentaba levantarme del suelo. Justo en el momento en el que lo hizo, me dieron dos arcadas y creí morirme de dolor. Me cogió tan desprevenida que ignoré que el hecho de vomitar iba a dolerme tanto el estómago. Era como si alguien me estuviera arrancando la piel. Me volví loca y lloré. No vomité (principalmente porque no había comido desde el martes), pero el amago fue tan fuerte que volví a tirarme al suelo y mientras una enfermera me volvía a recoger, la vía de mi muñeca quedó atrapada en el váter y se cayó dentro del mismo. Comenzó a brotar sangre. Fue el primer día que veía cómo estaba puesta una vía (no suele darme impresión, pero si no lo veo, mejor. Impresiona un poco).
     Me recogieron entre dos enfermeras mientras seguía saliendo sangre de mi muñeca hasta que una de ellas me taponó el agujero. También me limpiaron los dedos de los pies, que se habían llenado de sangre. Me dio tiempo de ver el estropicio y pedí perdón. Ellas no le dieron importancia, pero a mí me pareció ver "La matanza de Texas" (fue la primera película que me vino a la mente. Ahora me doy cuenta de que exageré un poco).
     Me llevaron a la cama e intentaron acostarme. El mareo y las náuseas eran incesantes. Aunque para mi padre mi peor día había sido el de ayer, para mí había sido hoy. Estuve todo el día con náuseas. Me abrieron otra vía, esta vez en la muñeca izquierda (hoy, 28 de abril, veo aún tres de los cuatro pinchazos que abrieron para las vías). Veía como el primer lugar de la vía, en la fosa del codo, estaba amoratado. 
     Además, los gases no me dejaban en paz, el dolor era igual que una montaña rusa (según mi hermana, como una lanzadera). Me contenía los gases y eso me hacía más daño. María, por su parte, se provocaba los eructos para no sufrir de gases. El ginecólogo nos había dicho que al abrir nuestro estómago, lo normal era que entrara aire (hoy es 28 de abril, y sigo teniendo gases). Era muy doloroso. ¡La comida me daba asco! Le pedí a la auxiliar si podía llevarme manzanilla en vez de café con leche (siempre nos traían lo mismo). Seguramente fue el primer día que nos tocaba comer algo sólido (María tenía muchas ganas de comer, y de vez en cuando comía algo de lo que le había traído su familia. Hablaba de una tortilla y a mí me estaba entrando náuseas).
     No recuerdo si fue ese día que me visitó otra tía mía, y me trajo una caja de bombones (que abrí el domingo en mi casa). Tampoco recuerdo si fue ese día que volvió una de mis mejores amigas, la misma que me había comprado las revistas, me había traído comida, etc. La mejor... sin duda... si se tienen amigas así, para qué más (y yo le descuido tanto...). Quisiera agradecerle todo lo que hizo por mí. Ella y su hermana (quien empezó todo esto pagándome las visitas al ginecólogo). María también fue agasajada con una caja de bombones que repartió entre los asistentes. Todos comieron menos yo.
     Para la noche pedí que me pusieran "la bomba". Casi rogaba, porque creía que era lo único que me ayudaba a dormir. Mi tía volvío esa noche para cuidar de mí. Me daba tanto apuro... no estoy acostumbrada a pedir ayuda...

sábado, 27 de abril de 2013

Día 4: No es un buen día. ¡Crisis!


JUEVES 17 DE ABRIL DE 2013:


     Mi tía paterna había estado toda la noche a mi lado, algún que otro momento le oí roncar, así que seguramente se habría quedado dormida, era normal. Ni siquiera le había pedido que fuera... yo sólo quería que ella descansara después de la última semana que había pasado (eso sin contar los dos últimos años con mi abuela).
     A Isabel ya le habían dado el alta, así que sólo quedamos María y yo. No estábamos seguras de que llevaran a alguien más. Ni siquiera recuerdo si nuestra tercera nueva compañera: podríamos llamarle Pilar, ya estaba en la habitación...
     Yo había conseguido abrir los ojos. Me trajeron el desayuno, café con leche, que rápidamente mi tía me preparó y me dio con pajita. El día anterior, tanto María como yo, pedimos a nuestros familiares que nos mojaran los labios, estábamos secas. No había sido mala noche, lo típico, me desvelaba y luego conseguía dormir, eso sí, siempre boca arriba, pero no se me hizo tan difícil.
     Recuerdo que me pincharon para extraerme sangre y ver qué me ocurría, por qué no conseguía abrir los ojos como había hecho María (recuerdo que operada casi de lo mismo, ella de los dos ovarios, yo de un ovario enquistado y parte del útero). También me tomaron la tensión (todo perfecto, no entendían). Me revisaban los analgésicos cada cierto tiempo... Pero lo que más me llamó la atención fue que ¡no tuviera ganas de orinar! aquello era muy extraño... No fue hasta unas horas más tarde que descubrí que de mi vagina aparecía un tubito muy fino y flexible que daba a una bolsa colgada en un extremo de mi cama, ¡era mi orina! Se trataba de una sonda urinaria. Lo había visto la semana anterior cuando mi abuela fue ingresada. Otra maravilla que pedí llevarme a casa. También tenía un frasco con sangre, el drenaje. Además, me habían inyectado una cánula de 3 ó 4 vías en mi brazo izquierdo.
     Con el drenaje de Isabel ocurrió una cosa muy curiosa. La noche que se quedó únicamente su hija de 18 años (que probablemente fuera del martes al miércoles), ésta tuvo que ser asistida por una enfermera en el baño. La joven llevó a su madre hasta el servicio de la habitación, y cuando vio el drenaje (parecía una botella con líquido de frambuesa) estuvo a punto de desvanecerse, por lo que la madre, asustada ante la situación, y sin ayuda, salió del baño como pudo para llamar a una enfermera (a pesar de que en el baño había un tirador de llamada). Fue la anécdota del día. María no paró de repetírsela a todos y cada uno que le visitaban.
     Seguramente fue esa misma mañana o tarde cuando Isabel abandonó el hospital por alta médica.
     La noche anterior, por lo visto, nuestro ginecólogo había "amenazado" con llegar a las 6:30 horas de la mañana para saber cómo estábamos... Eso me contó María. 
     6:30 horas del miércoles 17 de abril de 2013. Nuestro ginecólogo aparece por la puerta preguntando por nuestra situación. Se dirige más a mí. Yo ya puedo abrir los ojos y consigo hablar con él. Por lo visto, me falta hierro (aunque de casi siempre... al sangrar tanto). Unos días antes, mi doctora de la Seguridad Social me había dicho que tomara cápsulas de hierro. El ginecólogo me dijo que dejara de tomarlas porque no era buen momento. Ni siquiera la vitamina C, que mi terapeuta (medicina holística) me había recomendado para cicatrizar mejor, debía tomármela. Nos advirtió que nos entrarían muchos gases, pero aún no padecíamos de ello.
     María parecía estar mucho mejor que yo. Aparecieron los enfermeros (o auxiliares) para que nos ducháramos y hacernos las curas. María salió de su cama completamente desnuda hasta el baño. Yo no quería pasar por eso, así que cuando tocó mi turno, pedí llegar a la ducha tapada con una sábana. Estábamos completamente desnudas. Me sentaron en una especie de silla de ruedas en forma de váter. Me llevé el drenaje y la sonda colgando en mi regazo. Dejaron la puerta del baño completamente abierta y una joven, muy amable, que sólo vi dos días, me pidió que me deshiciera de la sábana. Así que, contra mi voluntad, me quedé completamente desnuda frente a ella... dos compañeros suyos entraron también al baño mientras yo intentaba ducharme... completamente desnuda... Mi timidez se iba con el agua. Como no tenía pensado quedarme mucho tiempo, no se me ocurrió llevar ni cepillo ni crema suavizante para el cabello.
     Tras ponerme el camisón que me había regalado mi amiga el día anterior, me dirigí, como pude, a mi cama... completamente encorvada, como si se tratara de una octogenaria. Llevaba muchas horas tumbada en la cama. Aunque me pinchaban en el estómago, como hacían a mi abuela durante su ingreso en el hospital la semana anterior. Me explicaron el motivo, pero ya no lo recuerdo, sé que era por estar en cama. No tenía ropa interior puesta, sólo el camisón.
     Antes de mi aseo, mi tía ya se había ido. Llegó mi padre y con él el almuerzo, sólo líquido, que yo rechacé, no tenía nada de hambre.
     Entrada bien la tarde, comenzó a dolerme muchísimo el estómago, muchísimo. Comencé a revolverme en la cama como podía. No podía gritar, sólo lloraba mientras rogaba: "¡Por favor! Por favor! ¡Quiero morirme! ¡Quiero morirme! ¡Me duele muchísimo! ¡Muchísimo! ¡Por favor, que me quiten este dolor!". Eran más fuertes que mis cólicos. Mi padre entraba y salía de la habitación pidiendo ayuda. Mi hermano también había llegado. Me subieron las barras de la cama porque lo único que yo quería era bajarme de ella, eso sí lo recuerdo, aunque ellos exageraron diciendo que me quería tirar. Pero allí no aparecía nadie.
     Por fin vino un enfermero. Negro. Lo matizo porque el día anterior, por lo visto, había sido quien me había asistido por la tarde, y mis amigas me dijeron, con sorna: "Acaba de llegar un maromo negro de los que te gustan a ti" (o algo así). Terminé confesándoselo al enfermero cuando le pude ver al día siguiente, eso sí, diciéndole que habían sido mis amigas quienes me lo habían dicho... y que no se equivocaban... Me cambió la vía una segunda vez y me puso algo llamado "bomba". Me pidió que le mirara a los ojos mientras intentaba tranquilizarme... pero lo que él no entendía era el dolor tan fuerte que tenía en mi estómago. "¡Te tienes que tranquilizar, así no vas a conseguir nada!". Otra persona, en mi lugar, le hubiera mandado a la "M" directamente. Yo lo hacía desde mi interior. Mi hermano me pedía que respirara, pero los dolores eran insoportables.
     Conseguí tranquilizarme, cerré los ojos y me quedé tal como me habían suministrado ese analgésico llamado "bomba". Los dolores seguían ahí, pero estaban tan sedada que no tenía fuerzas para seguir llorando. No obstante, oía lo que ocurría. Recuerdo que llegó familia de María. Los tenía a todos a mi derecha y hablaban muy alto. Algunos de ellos pedían bajar la voz, pero rápidamente volvían a hablar alto. Mi padre se quedó en el hospital hasta que vino el ginecólogo: "Ahora estoy dormida, no le vamos a despertar".- Le oí decir, pero yo abrí los ojos, le sonreí y volví a dormir.
     Mi tía volvió a quedarse esa noche.

Día 2: La intervención quirúrgica


MARTES 16 DE ABRIL DE 2013:


     Siete de la mañana. Las enfermeras han estado entrando durante toda la noche a la habitación. Hablando alto sin respetar a las que dormíamos allí. Mala noche. No he dormido. Los familiares de Isabel (la compañera operada de hernia), y ella misma, respetaron, con sus susurros nuestro sueño, el de María y el mío, a pesar de que yo les oía y me desvelaba continuamente. Pero la joven sanitaria abría nuestra puerta y la dejaba caer, haciendo mucho ruido. Encendía todas las luces de la habitación y hablaba con Isabel con el mismo tono que se habla en una discoteca... Y así fue durante toda mi estancia en el hospital. Ninguna enfermera tuvo la decencia de respetar nuestro descanso... Para ellas/os será normal, para mí no. Y necesitábamos descansar.
     La sobrina e hija de Isabel siguen en la habitación. Se quejan de los dolores que ha tenido la paciente y que no ha podido dormir durante toda la noche... no era la única.
     "¡Señoritas! Hay que ducharse. Si necesitan depilarse me lo dicen para rasurarles".- Nos grita una de las enfermeras mientras abre nuestra puerta y enciende las molestas luces de la habitación a las siete de la mañana. "No me coman ni beban nada".- Nos vuelve a advertir. "Yo ya estoy depilada de casa".- Digo. "Pues yo no lo sabía". - Indica María. Aquella que tanto había cuidado a ancianitos y sabía de todo lo que debe hacerse en un hospital.
     Entra primera al baño. Mejor, así puedo descansar un poco más. Tras asearnos, nos quedamos esperando mientras hablamos de nuestras cosas. María es muy dicharachera, pero llega a resultar cansina. Cierto es que va descubriendo lo negativa que soy y eso le saca de quicio. María no pide las cosas directamente. Ella dice: "¿Necesitan tener esa luz encendida? Lo digo porque molesta un poco, pero si la necesitan por mí no la apaguen". "¿Quieres que la apague, María?". "Por mí no, pero lo agradecería. Es que molesta mucho. Además, estamos mejor con la luz apagada". Y así era María, era divertida, pero no muy clara. Y todo lo que pedía era para su beneficio, pero con esta sutileza (que obviamente, a mí, me rayó desde un principio).
     Estábamos muy tranquilas, pero con ganas de que nos intervinieran ya. "Y ahora a esperar... no se sabe a qué hora nos bajarán".- Me decía María. "¿Y nos hacen duchar tan temprano?". "Más bien lo hacen para que el próximo turno lo tenga todo más masticado"
     No recuerdo si fue la noche anterior o esa misma mañana, que nos pusieron un enema a María y a mí. Horrible. No fue una buena experiencia porque debido a mi timidez, me obligaba a ir al baño delante de mucha gente, lo que conlleva mucho ruido. María no se cortó un pelo, y le envidié por eso. Le acompañó la Filarmónica en todo momento. Pero yo tiraba del agua continuamente para que no se me oyera, y unos dolores horrorosos. Hubiera sido más fácil que me dijeran que no comiera en varios días. Esta maldita timidez... Líquido, sólo salía líquido. Pero el ruidito orquestal era lo que más me molestaba.
     No esperamos mucho. A eso de las 9 de la mañana, un joven entró a nuestra habitación con una camilla preguntando por María. La enfermera que le acompañaba nos reprendió porque no estábamos preparadas. "Pero nadie nos ha dicho nada".- Dijimos ambas. "Pues hay que ponerse esa bata".- Dijo señalando una bata azul, típicas de hospital (de esas que dejan el culo al aire y que yo creí que se trataba de una leyenda urbana) que teníamos cada una en una mesita al lado de nuestras camas. "Ahora mismo tengo una compresa puesta y estoy manchando mucho".- Le dijo María a los enfermeros (o auxiliares, ignoro qué eran. Uno de ellos estaba vestido completamente de verde. La otra de blanco). Y era cierto, en un momento dado, cuando me tocó ir a la ducha, vi el suelo y la puerta del baño con gotas de sangre, que yo misma limpié.
     Isabel se había quedado con una sola acompañante, si no recuerdo mal, una de sus hijas. A todo esto, esperaron por María y cuando ésta estuvo preparada, se la llevaron en la camilla. Ahí comenzó mi desesperación y nervios. No hizo falta que me lo dijeran, yo me había deshecho de mis pendientes y reloj, lo único que llevaba era la pulserita que el día anterior me había colocado una enfermera con mi nombre. Fui al baño para ponerme la batita azul y me acosté en la cama como pude... tenía a la acompañante de Isabel, a mi izquierda, e intentaba que no se me viera ninguna parte de mi culo... Además, era muy cortito y mis piernas estaban al aire.. tampoco las enseño... Esa semana tuve que perder parte de mi vergüenza.
    Yo no disponía de reloj, pero casi seguro, a las 11 horas aproximadamente, vino el mismo joven de verde pero esta vez con una silla de ruedas para llevarme a cirujía. Le comenté que yo también tenía la menstruación y me dijo que podía quedarme con las bragas y la compresa puestas. "¿Por qué yo en silla de ruedas?".- Él no supo qué contestarme y mi pregunta era más bien de curiosidad más que de queja.
     Después de casi 19 horas encerrada en la habitación y sin salir siquiera al pasillo, el joven me llevó, en silla de ruedas, hasta uno de los ascensores que yo misma había utilizado el día anterior, no sin antes, Isabel intentar tranquilizarme diciendo que todo iba salir bien... (pero, ¿cómo iba a decirle que eso no era lo que yo buscaba? Rezaba para que se cumpliera la última línea de la anestesia. Rezaba).
     De la planta 7 bajamos a la 3. Le había preguntado por la hora al joven que me portaba, pero también carecía de reloj: "Deben ser las once y pico".- Me dijo. Giramos unos escasos metros hacia nuestra derecha y entramos en una sala, donde me dejó sentada en la silla y sin gafas. Tengo miopía y astigmatismo. Y aunque no diferenciaba las caras, sí era capaz de distinguir lo que me rodeaba. Me colocó de espaldas hacia la pared y de cara hacia la puerta principal, una de las hojas se mantenía cerrada. Había una señora mayor a la que tuvimos que pedirle permiso para entrar en la sala, porque se encontraba ocupando la puerta. Preguntaba por un médico. Cuando éste salió a su encuentro, estuvieron mucho tiempo hablando de pie, frente a mí, pero yo no estuve atenta a la conversación, al menos en su totalidad. Ella se quejaba de sus dolores... no sé más. Deseé poder ir al baño para volver a asearme. Estaba manchada de sangre y no me apetecía que el cirujano me viera así. Frente a mí había dos puertas, una de ellas estaba abierta, pero no conseguí adivinar si se trataba o no de servicios. Me quedé un buen rato esperando... Entraba y salía mucho personal, no era una habitación de paso. Tenía la sensación de estar en una sala parecida a las de los gimnasios. En un momento dado, alguien me saludó levantando su mano derecha y entrando en otra habitación, mientras me decía: "¡Buenos días! Soy tu matarife".- Sin duda se trataba de mi ginecólogo. A pesar de la frasesita, su voz transmitía calidez... Yo intentaba aparentar tranquilidad, pero el estómago me jugaba malas pasadas... me estaba poniendo cada vez más nerviosa.
     En medio de toda la confusión, desde la puerta, alguien me llamó por mi nombre, después de preguntar a otra persona que se lo recordara. Eran la hermana y sobrina de María. Les dije que sin gafas me era imposible reconocer a nadie.
     De repente, de otra sala a mi derecha, apareció el joven de verde con una camilla. Alguien estaba en ella. Entorné un poco los ojos y conseguí adivinar que se trataba de María. Pero para cerciorarme, le pregunté: "¿María? ¿Eres tú? ¿Qué tal todo?".- "Muy bien... no te enteras de nada".- Me decía mientras se la llevaban de nuevo a la habitación.
     En un momento dado, apareció un enfermero (o médico), ayudando a una señora (a quien no miré), a sentarse en el banquillo que yo tenía a mi izquierda. Le hizo levantar las piernas en otro pequeño banquillo frente a ella. Sólo unos pocos minutos más tarde, el joven de verde me recogió y me llevó hasta la misma sala de la que había salido María en camilla. Un pequeño pasillo se abría a una sala llena de aparatejos. Pero no llegué hasta el fondo, sino que me hicieron entrar a otra sala que tenía a mi derecha. Ahí me operarían. Me puse más nerviosa... Y yo sin gafas...
     Como aún no tenía dificultad para moverme, me levanté de la silla de ruedas y yo misma me coloqué en la camilla, siguiendo las instrucciones de otro hombre. "Un poquito más arriba, la cabeza más arriba".- Me decía mientras mencionaba mi nombre. No me dio mucho tiempo para fijarme en lo que me rodeaba. Recuerdo un biombo a mi izquierda, pero no era una sala extremadamente amplia. Vino una mujer a la que le dije si podía quitarme las bragas, ya que estaba sangrando. "¿Pero mi compañero no se las ha quitado?".- Entonces miró a otra compañera suya mientras negaba con la cabeza: "Aquí lo tengo que hacer yo todo, ¿te has fijado? Él viene aquí, hace una cosa y ya está todo hecho". Me quitó la ropa interior y me quedé únicamente con la bata azul. Ni me preocupé por las bragas en ese momento. Incluso juraría haberle dicho que las podía tirar.
     En todo momento se dirigían a mí por mi nombre. La enfermera (o doctora) que recibió la queja de su otra compañera, era una joven andaluza. Me colocaron los brazos en cruz y alguien, por detrás, me arrancó la bata. Mis pechos quedaron al aire libre y me colocaron electros en esa zona. En mis dedos creo recordar que también me colocaron algo similar. La joven andaluza se acercó a una máquina que estaba frente mí, y me preguntó mi edad, peso y estatura. Bromeé con mi peso... Y esto es lo último que recuerdo.
     "¡Despierta! ¡Despierta!".- Me decían varias personas mientras mi nombre era repetido en la sala. Alguien comenzó a bofetearme suavemente. Yo no conseguía abrir los ojos. Tenía tanto sueño que ni respondí. Sólo atiné a mover un poco la mano, para que ellos supieran que yo estaba allí... desgraciadamente viva... Oí a una señora quejarse, seguramente estaría al otro lado del biombo. No conseguían espabilarme, pero no le dieron mayor importancia. Estuve muchos minutos en la camilla de operaciones. Fue entonces cuando oí la voz de un joven pidiéndome que me dejara llevar. Me trasladó a otra camilla, probablemente ayudado por otro muchacho.
     ¿Ya está? ¿Ya había sido operada? ¡No recuerdo ni siquiera haber soñado! Quería anestesia para llevarme a casa. ¡Una maravilla!
     Intentaba abrir los ojos, pero me era imposible, estaba tan adormecida que no conseguía siquiera mover el resto de mi cuerpo... Era consciente de los movimientos, la camilla saliendo de la sala, la voz de mi padre seguramente esperando fuera de la primera salita en la que me hicieron esperar en la silla de ruedas, el ascensor, la puerta de mi habitación, el traslado de la camilla a mi cama, nuevamente la petición de dos jóvenes para que me dejara llevar, y el ruego de girarme hacia mi izquierda para colocarme algo en la cama, una especie de pañal... ¡Incluso era consciente de que estaba completamente desnuda cuando me hicieron ese último movimiento! Yo no hacía nada, me dejé llevar como ellos me pidieron... Nunca he tomado drogas, pero seguramente los que lo hayan hecho, hayan sentido esa sensación... estaba completamente ida... no era capaz de hacer movimiento alguno, sólo de mis ojos, que intentaba abrirlos y me era imposible... ¡Cómo es posible que me acuerde de todo eso!
     Oí a mi padre, a mi hermana y a mi hermano diciendo que yo estaba intentando abrir los ojos. Éste último se reía porque debía de verme muy graciosa intentando abrir los ojos y no poder hacerlo. A lo largo del día, aparecieron dos amigas. Una de ellas era la hermana de quien comenzó todo este proceso. Le oí decir que me había comprado unas revistas y que me había traído algo de comida "de  estranjis", así como un camisón (que no nunca uso). Era consciente de todo eso, incluso les dirigí la palabra, pero los ojos ni los abría casi. Cuando me hacían reír me dolía el estómago.
     Pasaron las horas pero yo no conseguía abrir los ojos, a pesar de intentarlo. Ya era de noche, ignoro la hora, pero apareció mi tía paterna. "¿Qué haces aquí?".- Atiné a preguntarle mientras intentaba abrir los ojos. "Vengo a cuidar de ti".- Me decía mientras me acariciaba el pelo y me sonreía. Sólo hacía una semana que su madre había fallecido y le había estado cuidando igualmente en el hospital.
     No recuerdo muy bien esa noche, sí que conseguí abrir los ojos de madrugada o al día siguiente...
  

viernes, 26 de abril de 2013

Día 1: Hospitalización

LUNES 15 DE ABRIL DE 2013:


     "¿Y no podría ser en agosto? ¿O un viernes?".- Suplicaba a la joven que unos días antes de mi ingreso en el hospital, me daba indicaciones y la fecha de mi hospitalización: 15 de abril a las 4 de la tarde. "Si desea en agosto, tendrá que comenzar todo el proceso, y su médico sólo opera los martes. Su salud está por encima de todo. Cuatro días antes no tome ibuprofeno ni aspirina, pero siga con su medicación normal. Traiga para su aseo y como será el martes cuando le operen, puede comer el lunes". "Pues mal momento, tengo la regla y el ibuprofeno es lo único que me calma los cólicos. Además, hace una semana que falleció mi abuela y mi cabeza está a punto de estallar". La llamada se produjo el martes 9 de abril a eso de las cuatro de la tarde, porque por experiencia, ya sabían que yo no cogería el teléfono en horario de trabajo. Ese mismo día, a las 20h00 aproximadamente, fallecía mi abuela paterna. Mi última abuela. Así que acudí al hospital después de trabajar, me reuní con mi familia y no dije nada... Mis jefes fueron los primeros en saberlo. A una de ellas le noté la cara desencajada y le pregunté qué le ocurría. No pudo disimular: "Tendré que organizarme". "Si quieres, lo dejo. No me opero".- Le comenté. "No, se trata de tu salud".- Me decía con la boca pequeña...
     El viernes 12 debía salir a las cinco de la tarde, lo hice a las ocho, pero se me hizo corto el día. Porque "saco 5 cosas y entran 10". Así que el sábado, junto con mi hermana, regresé al trabajo. Estuvimos de 11:30 a 20:30 aproximadamente. No me quedé tranquila. Al día siguiente fui sola al trabajo. El domingo me desperté a las 5 de la madrugada y llegué al trabajo a eso de las 6:15. Sólo estuve hasta las 17:00 horas aproximadamente. Estaba realmente cansada. Tuve que repetir el trabajo que había hecho mi hermana. Y aún así, a fecha de hoy, he dejado cosas pendientes, que no dejo de pensar en ellas. Pensé en ir a la misma hora del lunes, desde las 6 de la mañana, pero estaba rendida e hice mi horario normal. Entraba a las 9 de la mañana. A la una de la tarde todos se despidieron de mí, pero yo seguí hasta las tres y cuarto para luego coger un taxi y acercarme hasta el hospital con mi mochila. "El miércoles ya estoy trabajando".- Les decía convencidísima a mis jefes. "Al menos estarás de baja quince días".- Me decía una de ellas. "Un mes me han dicho".- Bromeé cuando su cara lo dijo todo...
     Fue la noche anterior, el domingo, cuando le dije a mi padre que me operaban. Le cogió desprevenido. Hacía unos días había fallecido su madre y no quería importunarle. "¿Cómo estás? Psicológicamente hablando, quiero decir".- "¡Yo bien!".- Parece intentar convencerme. "Pues que sepas que el martes me operan e ingreso mañana lunes. Pero no pienso decirte ni lugar ni hora". Se molestó, quiso acompañarme pero le reiteré mi negativa. A la mañana siguiente, como no pudo dormir bien, se ofreció a llevarme al trabajo. Sólo dejé que me acompañara hasta la parada del autobús. Insistió para que le dijera hospital y hora de ingreso. No le dije nada.
     El hospital donde debía ingresar dispone de varios edificios, así que yo fui al primero, donde me dijeron que debía acudir al edificio de al lado, el edificio de hospitalización, servicio de Admisión. Me acerqué a dos jóvenes que se encontraban en recepción. Una de ellas hablaba por teléfono mientras la otra le escuchaba, parecía que estaba aprendiendo cuando le dije: 
  • "Disculpa, es la primera vez, y no sé si me puedes ayudar".
  • "Dígame de qué se trata a ver si puedo ayudarle". 
  • "Hoy ingreso en el hospital y no sé adónde tengo que ir". 
  • "Segunda planta. Admisiones. Allí le ayudarán".
     Abandoné el ascensor y miré hacia ambos lados. A mi izquierda me topé con una sala alargada donde había muchos trabajadores detrás de una mesa y ordenador. Creo que leí el letrero de 'admisiones'. Me acerqué a la puerta y la primera señora a mi derecha me preguntó qué deseaba. Le expliqué el motivo de mi presencia y me hizo sentar en la silla frente a su mesa. Le di mi nombre y apellidos y rápidamente encontró mi ficha entre sus papeles. Por teléfono se puso en contacto con alguien y le preguntó si ya podía subir (aún faltaban unos diez minutos para las cuatro). Sus explicaciones fueron escuetas y marcadas por un carácter seco. "Suba a la séptima planta y deje sus datos. Ya tienen la habitación preparada. Puede subir por el ascensor a su derecha". Tras hacerle repetir las instrucciones (realmente estoy quedando como una verdadera torpe), volví a subir por el ascensor. Una vez en la planta siete, frente a mí se abría tres caminos. A mi derecha e izquierda un pasillo. Enfrente, un par de escaleras (para la 6ª y 8ª planta). Elegí el pasillo a mi izquierda y continué recto.
     Me topé con un mostrador y un par de jóvenes atendiendo a un señor muy mayor. Cuando terminaron con él, una de ellas me preguntó qué quería. Mientras tanto, vi que detrás de ellas había dos habitaciones. Recé para que la mía no fuera una de ellas. ¿Cerca del mostrador? "Ingreso hoy". Tras un pequeño despiste por parte de la joven, finalmente se dio la vuelta y abrió una de las puertas que se encontraba detrás del mostrador. Sólo hizo falta que yo no quisiera que esa fuera mi habitación, para que lo fuera realmente: 715, cama 2.
     No era una habitación pequeña, pero tres camas parecía un poco exagerado, sobre todo porque se notaba que estaba preparado para dos, así que las tres camas teníamos que compartir cables, un televisor, (de pago), enchufes, etc. "¿Me va a poner en el centro?".- Le preguntaba con sorna. "¿Por qué no al lado de la ventana?".- Insistí para que me tocara alguna esquina. "No te lo recomiendo, el sol entra muy fuerte por ahí. Además, creo que hay una señora que la están operando ahora mismo. Mira. La cama está sin hacer". "¿Y qué me dices de esa otra cama?".- Le señalé la primera a nuestra izquierda. "Tampoco te la recomiendo, los armarios están al lado y hacen mucho ruido". Nos reímos.
    A esa hora, realmente el sol molestaba, además, nos habían puesto cortinas amarillas. El baño, al lado de la puerta principal, era bastante amplio. Mientras colocaba mis pocas cosas en el armario, entró de nuevo la joven que me atendió junto con dos señoras y una joven. Estas eran bastante escandalosas.
     "Esta chica ha entrado unos minutos antes que usted".- Le dice la empleada a la nueva compañera de habitación, mientras me señala. "Y a ti de qué te operan, si se puede saber".- Me pregunta muy zalamera la nueva compañera. "De histerectomía". Se nota que ninguna sabe de lo que hablo. "Extracción del útero".- Continúo. "¿Tan joven? A mí me quitan los dos ovarios". Me pregunta por el médico. Tenemos el mismo. María (así es como le llamaré aunque no sea su nombre real), viene acompañada por su hermana y sobrina (una joven muy guapa pero bastante bruta). Se sientan en dos de las tres sillas colocadas al final de la habitación, debajo del ventanal. Mientras María coloca sus enseres en su armario, decide ponerse el pijama. Habla conmigo y con sus acompañantes, habla muy alto. Echo en falta una cortinas que separen cada una de las camas.
     Yo sigo con la ropa de calle mientras me tumbo en la cama para hacer mis primeros crucigramas. Pero no consigo concentrarme, no paran de hablar de una esquina a otra y lo hacen muy alto. Además, también se dirigen a mí en ocasiones. "Yo he trabajado muchos años con los viejitos, cuidándoles. Sé cómo funciona esto. Te lo digo porque si te ven con la ropa de calle, te pueden llamar la atención. Por eso de las infecciones...".- Le hago caso y me pongo el pijama. Unos minutos más tarde aparece su hijo de 34 años. Ella tiene 51. Sobre su trabajo en residencias no parará de repetirlo durante su estancia en el hospital.
Tenía tantas ganas de que se fuera su visita... me sentía agobiada. Hablaban de mí, de lo que me iban a hacer mientras yo me dedicaba a hacer crucigramas y luego a leer un poco (casi nada pude hacer, sobre todo si se tiene compañeras habladoras, y yo tampoco soy escueta...).
     Confundo auxiliares con enfermeras, así que cuando volvió a entrar la joven a nuestra habitación, le pregunté dónde podía comer algo, venía del trabajo y no había comido nada, además, me dolía la cabeza. "Estás ingresada. Del centro ya no puedes salir. Y aquí ni hay cafetería ni máquinas".- Ante mi estupor continuó. "Pero la merienda te la traeremos en un momento. No se debe ni comer ni beber después de las 12 de la noche".
    Podía vivir sin comida durante horas y días (llevo a dieta desde que empecé a creer que estaba gorda sin estarlo), pero sin agua... se me haría complicado. No obstante, cumplí. La merienda consistió en un café con leche y galletas María en pequeños sobresitos de cinco.
     De cirugía subieron a nuestra habitación la huésped más antigua, llamémosla Isabel. Había sido tratada de una hernia, su segunda o tercera, y se quejaba. Esta vez había habido complicaciones. Lo primero que hizo Maria fue presentarse y preguntarle de qué le habían operado. También habló por mí. Isabel venía acompañada por una hija y sobrina, ésta última auxiliar de enfermería. Eran buenas "vecinas". Ambas compañeras recibieron muchísimas visitas a lo largo de la tarde. Yo no entendía el por qué me habían hecho ingresar a las cuatro de la tarde cuando podía haberlo hecho mucho más tarde y terminar mi jornada laboral.
     Tumbada en la cama ya en pijama, rodeada de gente desconocida a ambos lados (yo estaba en la cama del centro), intentaba ver algunos vídeos graciosos a través de mi smartphone (heredado de mi padre) y contestando WhatsApp (tampoco le había dicho a mis amigas el número de mi habitación), cuando alguien se acercó a mi cama. ¡Era mi padre! No le esperaba y he de reconocer que me agradó su visita. "¡Cómo no te voy a visitar. Eres mi hija!". Quise hacerme "la dura" no diciendo nada a nadie, pero cuando me vi sola en la habitación (a pesar de que había mucha gente, pero nadie de mi entorno), lo noté.
     Dejé lo que estaba haciendo y mi padre se sentó en la cama, frente a frente. En un momento dado nos trajeron la cena, recuerdo que eran tres truchas precongeladas de atún (no recuerdo qué más. Tal vez un consomé, yogur, pan...). Con el hambre que tenía me lo comí todo, a pesar de que esto no forma parte de mi dieta diaria.
     Le mostré mucha tranquilidad a mi padre. "El miércoles ya estaré trabajando. Estoy realmente tranquila". Y no mentía. Le pregunté por las cenizas de mi abuela, y que no pudo tirar el domingo. Era lunes, tocaba ver Gran Hermano. Antes de la marabunta Isabel nos preguntó si nos gustaba el programa. María había dejado de verlo este año. Yo lo sigo desde que empezó, a pesar de que llegué a escandalizarme y declarar que era lo que nos faltaba... Se acercaba la hora de la gala y aún seguían los familiares con la visita. Un familiar de Isabel puso un euro en el cajetín de monedas del televisor, pero no funcionaba sin un mando. Así que mi padre lo alquiló por 15 euros en recepción. Se trataba de una fianza. La joven había perdido el euro, pero siguió metiendo monedas y tuvimos unas 3 horas de televisión. Yo le daba la espalda porque seguía hablando con mi padre, al igual que el resto de los familiares. A las diez finalizaban las visitas.
     Las tres nos quedamos en la cama, Isabel no podía moverse, así que tuvo la misma posición desde que la subieron a la habitación tras la intervención. Llevaba horas sin beber ni comer y se sentía deshidratada. Además, debía dormir boca arriba. Tanto María como yo nos compadecimos de ella. "Es interesante saber cómo lo está pasando, aunque nosotras vamos por otra cosa que nada tiene que ver. Seguramente estaremos mejor que ella".- Decía por entonces una "ignorante" María. Yo también pensaba lo mismo.
     Si no recuerdo mal, la expulsada había sido Miriam, por lo que la entrevista prometía ser interesante. La semana siguiente sería Igor, estaba segurísima (y no me equivoqué).
     Los familiares se habían ido, pero con Isabel quedaron su sobrina y una de sus hijas. Eso me resultó molesto porque cada vez tenía menos intimidad (molestia acuciada por mi timidez, todo hay que decirlo). Se quedaron toda la noche. A pesar de que aún no había sido operada, no conseguí conciliar el sueño hasta tarde, no obstante, durante toda la noche oía los susurros de Isabel y sus acompañantes. Se notaba que intentaban respetar nuestro sueño, pero el vuelo de una mosca consigue despertarme. Y en mi casa yo me desvelo continuamente, aquí no iba a ser menos. Así que, continuamente, les oía hablar. Isabel se quejaba mucho, como podía para que no le oyéramos sus compañeras de habitación. Se agradecía el gesto, a pesar de que yo no conseguí dormir toda la noche.

jueves, 25 de abril de 2013

Preliminares


  • La menstruación

     Desde que comenzó mi menstruación (no recuerdo si con 12 ó 14 años), siempre he sentido dolores (cólicos como los empecé a llamar hace unos años). Tenía dismenorrea. Eran muy fuertes, pero no tantos como otras historias que me contaban. Compañeras de clase que vomitaban incluso sangre o que no podían ir a clase.
     La menstruación me "cogió" desprevenida. Y así durante unos días. Me aseaba, pero mi ropa interior aparecía con una mancha marrón muy sospechosa. Hasta que un día se lo comenté a mi madre (nunca hemos tenido buena relación, de ahí que tardara tanto tiempo): "¿Tú eres tonta? Anda, coge una compresa que tengo arriba en el ropero".- Me decía tumbada en su cama mientras miraba la televisión. De esto me acuerdo tanto como de mi nombre y apellidos.
     Y sí, fui una de esas tantas niñas que pensó que la compresa, para sostenerse, debía pegarse al revés (y por entonces no había comenzado a depilarme).
     Cierto es que yo soy muy "brutita". Nunca falté a clase y los dolores eran espantosos (eran mis dolores, quizá para otra persona no lo eran tanto). 
     Cuando llegaba a casa lo único que quería hacer era tirarme en la cama y retorcerme como si de la niña del exorcista se tratara. Lloraba y pataleaba. Daba golpes en la pared (un lado de mi cama siempre ha estado pegada a la pared o a un mueble) con mis pies o con la mano abierta. Gritaba. Me cogía el vientre y seguía gritando.
     Mi hermano, cuatro años más joven que yo (soy la primogénita), veía la "escenita" y me decía que era una exagerada (esto se lo sigo recordando, la última vez, la semana anterior. Y me contestó que era para tranquilizarme... cosa que no consiguió). Mi padre me preguntaba si quería una manzanilla (él es de otra pasta). Se notaba su preocupación. Pero yo sólo quería que me dejaran en paz.
     Mi menstruación podía llegar a durar más de 15 días.
     Conocí "el Saldeva". Aquello consiguió aliviar a muchas mujeres. Hasta que terminó aliviándome tanto como una pastilla de goma. Sacaron "el Saldeva Forte". Mejor. Hasta que terminó aliviándome tanto como una pastilla de goma.
     Sólo hace unos años que descubrí que el Neobrufen 600 (¡Dios!, lo que me costaba pronunciarlo). ¡Conseguía quitarme el dolor! Fue todo un descubrimiento. Pero mejor aún cuando me enteré de los genéricos. El mismo perro con distinto collar. Debía conseguir ibuprofeno. Así que pasé de pedir Neobrufen a ibuprofeno. Más barato y lo mismo.
     Cualquier genérico de ibuprofeno me ayudaba a soportar los cólicos, hasta que hace unos años, sólo conseguí aliviar los dolores unas horas y no al 100%. Supuse que mi cuerpo ya se estaba acostumbrando. Aún así, hasta la semana pasada (mi última menstruación), seguía con el ibuprofeno.
     También lo intenté con otros analgésicos antes, durante y después de conocer el ibuprofeno (supe lo que era la semana pasada, porque me hincharon a ellos): Voltarén y otros más que no alcanzo a recordar.
     Me aliviaba tanto el ibuprofeno, que siempre lo intentaba para mis migrañas, hasta que hace uno o dos años, un farmacéutico me dijo que ese inflamatorio no me ayudaría para tal fin. Dejé de tomarlo, porque era cierto.
     Hace unos tres años aproximadamente, desde mayo (eso sí lo recuerdo), comencé a sangrar todos los días. Así que me vi obligada a usar compresas TODOS LOS DIAS. Dejé de sangrar tanto pero seguía manchando, opté por los salvaslips para esos días.
     Otro cambio fue que la sangre emanaba coagulada. Como si se tratara de hígado. Y las noches eran lo peor. Las compresas gigantes se quedaban cortas, así que no conseguía dormir, porque debía levantarme cada ciertas horas para cambiarme. Mi ropa interior siempre manchada. Sólo hace un mes, en el supermercado encontré unas compresas tipo pañal-braga. Usé el paquete entero (10 unidades en menos de una semana), una semana más tarde me operaban de histerectomía. Mi descubrimiento llegó tarde.
     No conseguía dormir. Mi regla (la cual tenía la decencia de avisarme unos días antes con dolores) empezaba un lunes, en el trabajo lo pasaba tan mal, a pesar del ibuprofeno. Migrañas una semana sí y otra también. Migrañas fuertes durante días. Esperaba un día, otro y otro, hasta que mi padre me convencía para llevarme a urgencias de madrugada para que me pincharan un analgésico. A veces me calmaba, otras no... Esperaba, como el que espera la muerte, a que se me fuera el dolor de cabeza. ¡Horrible!
     Otro asunto que comenzó fue el orinar continuamente. La pregunta de mi doctora era siempre la misma: "¿Bebes mucha agua?". Tenía siempre sensación de estar orinándome. Salía del baño y ya necesitaba volver. Pero yo aguantaba, para no mal acostumbrar a mi vejiga. No obstante, este hecho me lo hacía pasar muy mal por las noches, sobre todo si al día siguiente debía ir a trabajar.
     Evitaba visitar lugares donde no había un servicio público...
     Y luego estaba el mal olor vaginal, a pesar del constante aseo...

  • Los miomas
     No recuerdo el día exacto que me dijeron que tenía miomas, quizá fue el año pasado o hace dos. Sí recuerdo cómo fue y dónde. Mi hermana, 18 años menor que yo, me dio la primera pista: "La madre de una amiga tiene lo mismo que tú y le dijeron que tenía miomas". Reconozco que no le hice mucho caso. Pero recuerdo cuándo y cómo me lo dijo. Dejé pasar el tiempo: días, meses e incluso años, hasta que una de mis mejores amigas me pidió salir un viernes después del trabajo para que le acompañara al médico. Yo no tenía muchas ganas (había empezado mi depresión), pero aún así, fui con ella.
     Pagó una consulta en un centro médico privado. Y lo había hecho a mi nombre. También pagó una consulta y análisis en otra clínica privada, esta vez, especializada en ginecología.
     La doctora me hizo quitar los pantalones y me exploró. No le fue fácil. Me hacía daño, así que lo hizo desde el abdomen. Sólo consiguió ver tres miomas, uno de ellos del tamaño de la cabeza de un feto.
Me explicó lo que eso significaba, y como no me puedo permitir un ginecólogo particular, me aconsejó que no lo dejara, que al menos lo hiciera por la Seguridad Social.
     Dejé pasar el tiempo. ¿Cuándo podría ir al médico si tengo turno de mañana y tarde en el trabajo? ¿Primero mi salud? Pues no suele ser la prioridad de una persona cuando no valora su vida...
     Pero también estaba el hecho de que una de mis mejores amigas había comenzado todo esto, y con su dinero, así que pedí cita, para una año más tarde, concretamente para agosto de 2012.
     Primeros días de agosto de 2012. Tengo cita con el ginecólogo. Solicito que sea una mujer. No se me concede. Será un hombre. El especialista me examina, desgraciadamente no he llevado mi ecografía abdominal, así que me pide cita en el Hospital para más pruebas.
     Continúo con mi vida "normal". No insisto, así que pasan lo meses y los dolores siguen ahí. Un buen día, me llaman del Hospital (ahora tendré que decir en el trabajo el por qué debo faltar, después de tantos años sin hacerlo). Mis jefes son los primeros en enterarse (porque no tengo más remedio).
     Acudo al hospital central de la ciudad. Soy la única para ir al ginecólogo (pero no se trata de este especialista). Como no hay nadie en los alrededores, me atrevo a asomar la nariz por un pasillo y una enfermera me dice que espere.
     Finalmente entro a una consulta. Lo primero, desnudarme en un baño dispuesto en la misma sala y tumbarme en una camilla con las piernas completamente abiertas, con las rodillas dobladas y mis pies apoyados en los estribos. Me aseo con unas toallistas húmedas. Tengo la menstruación. Otra vez pasar por lo mismo. Es una sensación muy desagradable, sobre todo para alguien tan tímida como yo. Estaba muy nerviosa. Tenía una fuerte migraña (que me duró 5 días), fruto de los nervios cogidos por "mi madre".
     Al no poder realizarme una ecografía transvaginal, el médico (reitero que no era ginecólogo) optó que fuera por vía rectal. Me enseñó un tuvo larguísimo que me recordó a una espada láser de "Star Wars" (fue en lo primero en que pensé) y eso no me gustó... pero no hubo más remedio. Aquello fue realmente molesto.  Sentía que en algún momento me orinaba en la camilla y haría el ridículo. El licenciado movía el tubo largo por mi ano y yo no paraba de sudar. La cabeza iba a estallarme y había empezado a llorar (supongo de los nervios). Además, estaba con la regla... Para mí, no fue una experiencia agradable. Después de una eternidad (lo que me pareció), comenzó a extraer el tubo y fue cuando pensé, "ahora mismo lo suelto todo" (escatológicamente hablando). Pero no fue así.
     En la sala estaba el médico que me observó y una enfermera. Ambos muy serios, rozando la antipatía. Volví al servicio para vestirme y me hicieron sentar en una silla frente al supuesto "ginecólogo". No recuerdo muy bien lo que me dijo... la migraña y la reciente sensación tan desagradable que acababa de pasar, me hizo pasar una mala jugada. Estallé, lloré delante del médico y de la enfermera. Mi rubor facial cada vez era mayor, lo notaba. "¿Y ahora qué tengo que hacer?". Con tono jocoso me nombró un centro comercial de la zona para que me diera una vuelta. Entre lágrimas le dije que yo no sabía cómo funcionaba todo aquello. Parece que se compadeció de mí y me dijo que el ginecólogo ya me llamaría. "¡Ah! ¿Pero no es usted el ginecólogo?".- Le pregunté. No lo era. Me pidió que me tranquilizara, pero yo estaba muy nerviosa.
     Después de pedir disculpas por mi comportamiento tan infantil, me quedé en una zona apartada del hospital llorando amargamente. Las lágrimas caían como "chuzos de punta". En un momento dado pasó un padre con su hija, pero yo no conseguía disimular.
     Salí del centro y elegí un taxi para volver. Durante todo el trayecto estuve llorando, pero ni el taxista ni yo hablamos.
     Pasó el tiempo y no supe nada más de mis pruebas, hasta que el ambulatorio se puso en contacto conmigo para darme cita con mi ginecólogo. "Los miomas no me preocupan tanto como los quistes que tienes en uno de los ovarios. Quisiera, al menos, mantenerte el sano, porque así sigues ovulando y eres muy joven para que tengas la menopausia. Además, muchas mujeres creen erróneamente que si les quitamos un ovario dejan de ovular. No, si mantienes el otro... sano, ovulando. Pero si el mioma más grande que tienes sigue desplazándose, tendremos que quitarte el útero".- La voz del ginecólogo era realmente tranquilizadora, con calidad humana. "No me importa, no quiero tener hijos".- Fue lo primero que le contesté. "Eso es ahora, pero ¿y en un futuro? Plantéatelo".
     A partir de ahí, comencé a planteármelo. ¿Y si en un futuro quiero tener hijos? Ahora tengo claro que no. Pero ya tengo 36 años... Me di de alta en un foro de salud y todas las contestaciones fueron las mismas: NO TE QUITES EL ÚTERO. No puedo con este tipo de responsabilidades, así que, a propósito, volví que siguiera su curso mi aparato reproductor y los miomas. A ver si ellos solitos se desplazaban y así no tenía que tomar yo esa decisión. Suena inmadura... y lo es. 
     De la posibilidad de quitarme el útero, no dije nada en mi entorno familiar ni personal.
     Efectivamente pasó el tiempo, hasta que en febrero o marzo de 2013 recibí una carta de la clínica donde se me haría la intervención: "Ante la imposibilidad de ponernos en contacto con usted tras las numerosas llamadas realizadas a su número de teléfono, a fin de realizarle una HISTERECTOMÍA (en negrita y en mayúsculas), rogamos acuda personalmente a nuestro centro médico para recibir instrucciones". Algo muy similar leí en la carta. ¿Pero cuándo llamar o ir directamente? El horario coincidía con mi jornada laboral. Ni uso mi teléfono particular, ni hago llamadas desde el teléfono de mi trabajo. Pasaron las semanas. Veía llamadas perdidas de un número largo (pero al ser una centralita no podía ponerme en contacto). Pasaron semanas hasta que decidí ir al mediodía al centro de salud donde supuestamente me operaría de una nueva palabra que había buscado en el diccionario: HISTERECTOMÍA.
     Pérdida de tiempo. Llegué al mediodía, fuera de mi horario laboral y me dijeron que el equipo médico encargado sólo estaban por la mañana y un par de horas. Me fui igual que llegué al centro médico. Sin una respuesta. Dejé pasar los días. Ya hacía semanas que mi padre sabía que me habían encontrado miomas. Se lo dije en un alarde de sinceridad, pero con mucha tranquilidad. Mi padre estaba molesto porque no le había dicho nada. De la cirugía no le diría nada.
     Mientras descansaba en mi hora libre, alguien de la Clínica se obcecó y consiguió contactar conmigo fuera de su hora de trabajo. El 15 de marzo tenía cita en el Hospital: "No desayune ni se ponga cremas en el cuerpo".- Me advirtió la joven al otro lado de la línea.


  • El preoperatorio
     En el trabajo avisé el día anterior. Recuerdo que el 15 caía un viernes. Mal día para faltar. "¿Y cuántos días vas a estar?", "¿No te dijeron que te llevaras mudas?", "¿Qué te van a hacer?". - Mis jefes me interpelaban sin compasión. "No lo sé", "No", "Ni idea. No pregunté".- Respondía con mucha tranquilidad. "Sólo me dijeron que me tomaría dos horas, así que tras la intervención, volveré a la oficina". Mis jefes no entendían nada, y yo no les entendía a ellos.
     Debido a mi malestar psicológico, pensé que dar clases de yoga me ayudaría. A mí no me resultó. Incluso asistí a clases de terapia. Dos días antes me acerqué a la profesora, esperando a que otra de mis mejores amigas (casualmente la hermana de quien comenzó a pagar mi tratamiento) se fuera de la clase: "Este viernes me operarán de histerectomía".- "¿Qué es eso?".- Me preguntó la profesora de yoga. "La extracción del útero". - Sus ojos se abrieron como platos. "Yo estoy tranquila, sólo quería decírtelo porque no sé si podré hacer algunos de los ejercicios el lunes". "Yo... yo creo que no... Pero en función de cómo te encuentres el fin de semana, me avisas" .- Titubeaba la profesora.
     Volviendo al 14 de marzo, por la noche, le "confesé a mi padre" que iría al centro médico para operarme de histerectomía. Ante su ignorancia, buscó en internet de qué se trataba y me rogó acompañarme. Le dije que no.
     A eso de las 7 y media de la mañana me planté en la puerta principal del hospital. Reconozco que me puse algo nerviosa mientras llegaban otros pacientes, conocedores de cómo funcionaba la mecánica, se fueron colocando en la misma puerta principal. Yo estaba algo más alejada. Sólo pensaba en llegar a tiempo al trabajo, a poder ser, antes de las 9, hora en la que empiezo mi jornada. Me acerqué hasta una farmacia que había cerca, pero aún no habían abierto las puertas, y es que se me había olvidado pesarme (algo que me solicitaron por teléfono y que durante las pruebas no lo hicieron... una contradicción).
     Abrieron las puertas, todos, salvo yo, sabían hacia dónde debían dirigirse. Subí a una planta donde estaban casi todos los que esperaron en la calle. Bajé nuevamente a recepción para preguntar y, efectivamente, no me había equivocado. Esta vez no me llevé un libro para no aburrirme. Los nervios empezaron a traicionarme y parecía que en mi estómago se jugaban la vida los gladiadores de la antigua Roma. Desde una habitación gritaban un número. Veía como algunos de los que salían de allí debían rellenar un cuestionario. Alguna que otra lo leyó en voz alta a su padre o abuelo.
     Era mi turno. Entré en una sala donde una señora muy amable me ofreció sentarme en una silla frente a ella. Nos separaba su mesa. Había más personas, pero trabajadoras, enfrascadas en sus conversaciones personales y expedientes. Rápidamente me explicó lo que debía hacer. Le di mis datos personales y una lista de los medicamentos que tomo actualmente (y que ella grapó en el cuestionario). "Rellena el cuestionario y ya te llamarán. Quédate en la salita". - Me dijo mientras me despedía y gritaba otro número.
     Volvía a sentarme en las sillas de la sala de espera mientras veía cómo una joven salía de otra habitación gritando los nombres de algunas personas. Un rato más tarde me acerco a ella: "Perdona, no sé cómo funciona esto. Acabo de rellenar un cuestionario. ¿Te lo entrego a ti?". "¡Ya le llamo!".- Me dijo un tanto agobiada. "¿Pero cómo sabes quien soy si no te he entregado mi cuestionario?".- Yo le insistía. "¡Siéntese! Yo recojo las fichas donde usted recogió el cuestionario".
     El cuestionario en sí, eran preguntas para la anestesia. ¿Cuál me pondrán? Me preguntaba a mí misma. A numerosas preguntas tuve que marcar una equis. Que si fumo, que si duermo con dos almohadas, que si sufro de migraña, que con cuántos escalones me cansaba al subir unas escaleras, etc. Algunas les dejé sin contestar, tal como ponía en las instrucciones. Luego debía leerme unas recomendaciones y advertencias, para firmar seguidamente mi consentimiento. Lo que más recuerdo fueron tres consecuencias de la anestesia (la lista era más larga): posible caída de dientes, el coma y la muerte (reconozco que deseaba este último).
     Unos pacientes más tarde, la joven salió de la consulta y a duras penas dijo bien mi nombre y apellidos. Lo primero que hice fue pedir perdón por mi ignorancia. Ella sonrió. Me pidió que dejara mis "bártulos" en una percha y me deshiciera de mi blusa y sujetador, y posteriormente, tumbarme en una camilla. "Es la primera vez que hago top-less".- Le decía a la joven que ya comenzaba a sonreír más. Comenzó a colocarme electrodos en mi pecho, y no recuerdo si en alguna parte de mis brazos. Era la primera prueba: el electrocardiograma. Fue todo muy rápido. Tardé más en vestirme y desvestirme, que la prueba en sí.
     La joven me dio instrucciones para que saliera del centro y acudiera al laboratorio para mi análisis de sangre, un edificio anexo a este. Cuando llegué pregunté en recepción qué debía hacer. Cogí número y a los pocos segundos ya estaban diciendo mi nombre. Fui la última en llegar y la primera en entrar. La muchacha que tomó muestras era muy agradable, y nuestra pequeña conversación giró en torno al origen de mi apellido paterno. La joven me indicó que debía ir a 'rayos', un tercer edificio anexo. Así que salí de allí con el brazo izquierdo recogido durante 5 minutos. No había desayunado aún.
     Me acerqué hasta el tercer edificio, allí había mucha más gente. Pregunté en recepción y cogí número. Mientras tanto, informaba a mis jefes, mediante WhatsApp, que ya estaba terminando todo, que en unos minutos estaría en el trabajo. Eran las 9:35 horas. Sólo unos minutos más tarde una joven mencionó mi nombre junto con el de otra señora. Nos pidió que le siguiéramos y nos llevó a otra sala de espera. No pasaría ni un minuto cuando volvió a repetir mi nombre y me introdujo en una sala de rayos X. Detrás de un biombo tuve que volver a deshacerme de mi blusa y sujetador. Me puse una bata y me quedé esperando a la joven. Cuando regresó, colocó mi pecho en una placa algo fría, mientras me pedía que no respirara durante unos segundos. Y así fue... sólo unos segundos más tarde, volvía a ponerme la blusa.
     Una vez fuera, le pregunté a la misma joven cuál era el siguiente paso: "Le llamarán para operarle". Pequé completamente de ignorante. ¿Pero y todas esas pruebas? ¡Qué estúpida fui! ¿Acaso pensaba que los miomas me los iban a extraer mediante rayos láser invisibles? Creí que esa era la operación... ¡Maldita ignorancia!
     En algún momento de estas tres pruebas, tuve que acudir a la consulta de un médico (no recuerdo si fue después del electro, del análisis o de rayos). Fue muy simpático y también hizo alusión a mi apellido paternal. Hablamos un poco de historia y política mientras él me ayudaba a rellenar el resto del cuestionario que yo había dejado pendiente.
     Cuando regresé al trabajo, todo fueron risas. "Ya me extrañaba a mí. A ti lo que te hicieron fueron las pruebas del anestesista, el preoperatorio. Es que yo también pasé por eso". - Me decía una de mis jefas mientras me mostraba su minúscula cicatriz.
     A la semana siguiente, concretamente el lunes, una compañera de yoga, mientras yo hablaba con mi amiga, me preguntó qué tal había sido la operación. Le hablé con los ojos, pero ella hizo caso omiso. No entendía que yo mirara a mi amiga y le mirara a ella diciendo: "¡Cállate ya, que ella no lo sabe!". "¿Qué operación?".- Los ojos de mi amiga parecían salir de sus huecos. Repetía una y otra vez su pregunta. Al final tuve que explicarle, también tuve que decirle a esa compañera y a la profesora, que había sido el preoperatorio. "Ya me extrañaba a mí que te hicieran salir el mismo día, porque yo también pasé por ello".- Me confesó la compañera que me había oído el viernes hablar con la profesora.