Desde que comenzó mi menstruación (no recuerdo si con 12 ó 14 años), siempre he sentido dolores (cólicos como los empecé a llamar hace unos años). Tenía dismenorrea. Eran muy fuertes, pero no tantos como otras historias que me contaban. Compañeras de clase que vomitaban incluso sangre o que no podían ir a clase.
La menstruación me "cogió" desprevenida. Y así durante unos días. Me aseaba, pero mi ropa interior aparecía con una mancha marrón muy sospechosa. Hasta que un día se lo comenté a mi madre (nunca hemos tenido buena relación, de ahí que tardara tanto tiempo): "¿Tú eres tonta? Anda, coge una compresa que tengo arriba en el ropero".- Me decía tumbada en su cama mientras miraba la televisión. De esto me acuerdo tanto como de mi nombre y apellidos.
Y sí, fui una de esas tantas niñas que pensó que la compresa, para sostenerse, debía pegarse al revés (y por entonces no había comenzado a depilarme).
Cierto es que yo soy muy "brutita". Nunca falté a clase y los dolores eran espantosos (eran mis dolores, quizá para otra persona no lo eran tanto).
Cuando llegaba a casa lo único que quería hacer era tirarme en la cama y retorcerme como si de la niña del exorcista se tratara. Lloraba y pataleaba. Daba golpes en la pared (un lado de mi cama siempre ha estado pegada a la pared o a un mueble) con mis pies o con la mano abierta. Gritaba. Me cogía el vientre y seguía gritando.
Mi hermano, cuatro años más joven que yo (soy la primogénita), veía la "escenita" y me decía que era una exagerada (esto se lo sigo recordando, la última vez, la semana anterior. Y me contestó que era para tranquilizarme... cosa que no consiguió). Mi padre me preguntaba si quería una manzanilla (él es de otra pasta). Se notaba su preocupación. Pero yo sólo quería que me dejaran en paz.
Mi menstruación podía llegar a durar más de 15 días.
Conocí "el
Saldeva". Aquello consiguió aliviar a muchas mujeres. Hasta que terminó aliviándome tanto como una pastilla de goma. Sacaron "el
Saldeva Forte". Mejor. Hasta que
terminó aliviándome tanto como una pastilla de goma.
Sólo hace unos años que descubrí que el
Neobrufen 600 (¡Dios!, lo que me costaba pronunciarlo). ¡Conseguía quitarme el dolor! Fue todo un descubrimiento. Pero mejor aún cuando me enteré de los
genéricos. El mismo perro con distinto collar. Debía conseguir
ibuprofeno. Así que
pasé de pedir Neobrufen a ibuprofeno. Más barato y lo mismo.
Cualquier genérico de ibuprofeno me ayudaba a soportar los cólicos, hasta que hace unos años, sólo conseguí aliviar los dolores unas horas y no al 100%. Supuse que mi cuerpo ya se estaba acostumbrando. Aún así, hasta la semana pasada (mi última menstruación), seguía con el ibuprofeno.
También lo intenté con otros
analgésicos antes, durante y después de conocer el ibuprofeno
(supe lo que era la semana pasada, porque me hincharon a ellos): Voltarén y otros más que no alcanzo a recordar.
Me aliviaba tanto el ibuprofeno, que siempre lo intentaba para mis migrañas, hasta que hace uno o dos años, un farmacéutico me dijo que ese inflamatorio no me ayudaría para tal fin. Dejé de tomarlo, porque era cierto.
Hace unos tres años aproximadamente, desde mayo (eso sí lo recuerdo), comencé a sangrar todos los días. Así que me vi obligada a usar compresas TODOS LOS DIAS. Dejé de sangrar tanto pero seguía manchando, opté por los salvaslips para esos días.
Otro cambio fue que la sangre emanaba coagulada. Como si se tratara de hígado. Y las noches eran lo peor. Las compresas gigantes se quedaban cortas, así que no conseguía dormir, porque debía levantarme cada ciertas horas para cambiarme. Mi ropa interior siempre manchada. Sólo hace un mes, en el supermercado encontré unas compresas tipo pañal-braga. Usé el paquete entero (10 unidades en menos de una semana), una semana más tarde me operaban de histerectomía. Mi descubrimiento llegó tarde.
No conseguía dormir. Mi regla (la cual tenía la decencia de avisarme unos días antes con dolores) empezaba un lunes, en el trabajo lo pasaba tan mal, a pesar del ibuprofeno. Migrañas una semana sí y otra también. Migrañas fuertes durante días. Esperaba un día, otro y otro, hasta que mi padre me convencía para llevarme a urgencias de madrugada para que me pincharan un analgésico. A veces me calmaba, otras no... Esperaba, como el que espera la muerte, a que se me fuera el dolor de cabeza. ¡Horrible!
Otro asunto que comenzó fue el orinar continuamente. La pregunta de mi doctora era siempre la misma: "¿Bebes mucha agua?". Tenía siempre sensación de estar orinándome. Salía del baño y ya necesitaba volver. Pero yo aguantaba, para no mal acostumbrar a mi vejiga. No obstante, este hecho me lo hacía pasar muy mal por las noches, sobre todo si al día siguiente debía ir a trabajar.
Evitaba visitar lugares donde no había un servicio público...
Y luego estaba el mal olor vaginal, a pesar del constante aseo...
No recuerdo el día exacto que me dijeron que tenía miomas, quizá fue el año pasado o hace dos. Sí recuerdo cómo fue y dónde. Mi hermana, 18 años menor que yo, me dio la primera pista: "La madre de una amiga tiene lo mismo que tú y le dijeron que tenía miomas". Reconozco que no le hice mucho caso. Pero recuerdo cuándo y cómo me lo dijo. Dejé pasar el tiempo: días, meses e incluso años, hasta que una de mis mejores amigas me pidió salir un viernes después del trabajo para que le acompañara al médico. Yo no tenía muchas ganas (había empezado mi depresión), pero aún así, fui con ella.
Pagó una consulta en un centro médico privado. Y lo había hecho a mi nombre. También pagó una consulta y análisis en otra clínica privada, esta vez, especializada en ginecología.
La doctora me hizo quitar los pantalones y me exploró. No le fue fácil. Me hacía daño, así que lo hizo desde el abdomen. Sólo consiguió ver tres miomas, uno de ellos del tamaño de la cabeza de un feto.
Me explicó lo que eso significaba, y como no me puedo permitir un ginecólogo particular, me aconsejó que no lo dejara, que al menos lo hiciera por la Seguridad Social.
Dejé pasar el tiempo. ¿Cuándo podría ir al médico si tengo turno de mañana y tarde en el trabajo? ¿Primero mi salud? Pues no suele ser la prioridad de una persona cuando no valora su vida...
Pero también estaba el hecho de que una de mis mejores amigas había comenzado todo esto, y con su dinero, así que pedí cita, para una año más tarde, concretamente para agosto de 2012.
Primeros días de agosto de 2012. Tengo cita con el ginecólogo. Solicito que sea una mujer. No se me concede. Será un hombre. El especialista me examina, desgraciadamente no he llevado mi ecografía abdominal, así que me pide cita en el Hospital para más pruebas.
Continúo con mi vida "normal". No insisto, así que pasan lo meses y los dolores siguen ahí. Un buen día, me llaman del Hospital (ahora tendré que decir en el trabajo el por qué debo faltar, después de tantos años sin hacerlo). Mis jefes son los primeros en enterarse (porque no tengo más remedio).
Acudo al hospital central de la ciudad. Soy la única para ir al ginecólogo (pero no se trata de este especialista). Como no hay nadie en los alrededores, me atrevo a asomar la nariz por un pasillo y una enfermera me dice que espere.
Finalmente entro a una consulta. Lo primero, desnudarme en un baño dispuesto en la misma sala y tumbarme en una camilla con las piernas completamente abiertas, con las rodillas dobladas y mis pies apoyados en los estribos. Me aseo con unas toallistas húmedas. Tengo la menstruación. Otra vez pasar por lo mismo. Es una sensación muy desagradable, sobre todo para alguien tan tímida como yo. Estaba muy nerviosa. Tenía una fuerte migraña (que me duró 5 días), fruto de los nervios cogidos por "mi madre".
Al no poder realizarme una
ecografía transvaginal, el médico (reitero que no era ginecólogo) optó que fuera por
vía rectal. Me enseñó un tuvo larguísimo que me recordó a una
espada láser de "Star Wars" (fue en lo primero en que pensé) y eso no me gustó... pero no hubo más remedio.
Aquello fue realmente molesto. Sentía que en algún momento me orinaba en la camilla y haría el ridículo.
El licenciado movía el tubo largo por mi ano y yo no paraba de sudar. La cabeza iba a estallarme y había empezado a llorar (supongo de los nervios). Además, estaba con la regla... Para mí,
no fue una experiencia agradable. Después de una eternidad (lo que me pareció), comenzó a extraer el tubo y fue cuando pensé, "ahora mismo lo suelto todo" (escatológicamente hablando). Pero no fue así.
En la sala estaba el médico que me observó y una enfermera. Ambos muy serios, rozando la antipatía. Volví al servicio para vestirme y me hicieron sentar en una silla frente al supuesto "ginecólogo". No recuerdo muy bien lo que me dijo... la migraña y la reciente sensación tan desagradable que acababa de pasar, me hizo pasar una mala jugada. Estallé, lloré delante del médico y de la enfermera. Mi rubor facial cada vez era mayor, lo notaba. "¿Y ahora qué tengo que hacer?". Con tono jocoso me nombró un centro comercial de la zona para que me diera una vuelta. Entre lágrimas le dije que yo no sabía cómo funcionaba todo aquello. Parece que se compadeció de mí y me dijo que el ginecólogo ya me llamaría. "¡Ah! ¿Pero no es usted el ginecólogo?".- Le pregunté. No lo era. Me pidió que me tranquilizara, pero yo estaba muy nerviosa.
Después de pedir disculpas por mi comportamiento tan infantil, me quedé en una zona apartada del hospital llorando amargamente. Las lágrimas caían como "chuzos de punta". En un momento dado pasó un padre con su hija, pero yo no conseguía disimular.
Salí del centro y elegí un taxi para volver. Durante todo el trayecto estuve llorando, pero ni el taxista ni yo hablamos.
Pasó el tiempo y no supe nada más de mis pruebas, hasta que el ambulatorio se puso en contacto conmigo para darme cita con mi ginecólogo. "Los miomas no me preocupan tanto como los quistes que tienes en uno de los ovarios. Quisiera, al menos, mantenerte el sano, porque así sigues ovulando y eres muy joven para que tengas la menopausia. Además, muchas mujeres creen erróneamente que si les quitamos un ovario dejan de ovular. No, si mantienes el otro... sano, ovulando. Pero si el mioma más grande que tienes sigue desplazándose, tendremos que quitarte el útero".- La voz del ginecólogo era realmente tranquilizadora, con calidad humana. "No me importa, no quiero tener hijos".- Fue lo primero que le contesté. "Eso es ahora, pero ¿y en un futuro? Plantéatelo".
A partir de ahí, comencé a planteármelo. ¿Y si en un futuro quiero tener hijos? Ahora tengo claro que no. Pero ya tengo 36 años... Me di de alta en un foro de salud y todas las contestaciones fueron las mismas: NO TE QUITES EL ÚTERO. No puedo con este tipo de responsabilidades, así que, a propósito, volví que siguiera su curso mi aparato reproductor y los miomas. A ver si ellos solitos se desplazaban y así no tenía que tomar yo esa decisión. Suena inmadura... y lo es.
De la posibilidad de quitarme el útero,
no dije nada en mi entorno familiar ni personal.
Efectivamente pasó el tiempo, hasta que
en febrero o marzo de 2013 recibí una carta de la clínica donde se me haría la intervención: "
Ante la imposibilidad de ponernos en contacto con usted tras las numerosas llamadas realizadas a su número de teléfono, a fin de realizarle una HISTERECTOMÍA (en negrita y en mayúsculas)
, rogamos acuda personalmente a nuestro centro médico para recibir instrucciones". Algo muy similar leí en la carta. ¿Pero cuándo llamar o ir directamente? El horario coincidía con mi jornada laboral. Ni uso mi teléfono particular, ni hago llamadas desde el teléfono de mi trabajo. Pasaron las semanas. Veía llamadas perdidas de un número largo (pero al ser una centralita no podía ponerme en contacto).
Pasaron semanas hasta que decidí ir al mediodía al centro de salud donde supuestamente me operaría de una nueva palabra que había buscado en el diccionario:
HISTERECTOMÍA.
Pérdida de tiempo. Llegué al mediodía, fuera de mi horario laboral y me dijeron que el equipo médico encargado sólo estaban por la mañana y un par de horas. Me fui igual que llegué al centro médico. Sin una respuesta.
Dejé pasar los días. Ya
hacía semanas que mi padre sabía que me habían encontrado miomas. Se lo dije en un alarde de sinceridad, pero con mucha tranquilidad. Mi padre estaba molesto porque no le había dicho nada.
De la cirugía no le diría nada.
Mientras descansaba en mi hora libre, alguien de la Clínica se obcecó y consiguió contactar conmigo fuera de su hora de trabajo. El
15 de marzo tenía cita en el Hospital: "
No desayune ni se ponga cremas en el cuerpo".- Me advirtió la joven al otro lado de la línea.
En el trabajo avisé el día anterior. Recuerdo que el 15 caía un viernes. Mal día para faltar. "¿Y cuántos días vas a estar?", "¿No te dijeron que te llevaras mudas?", "¿Qué te van a hacer?". - Mis jefes me interpelaban sin compasión. "No lo sé", "No", "Ni idea. No pregunté".- Respondía con mucha tranquilidad. "Sólo me dijeron que me tomaría dos horas, así que tras la intervención, volveré a la oficina". Mis jefes no entendían nada, y yo no les entendía a ellos.
Debido a mi malestar psicológico, pensé que dar clases de yoga me ayudaría. A mí no me resultó. Incluso asistí a clases de terapia. Dos días antes me acerqué a la profesora, esperando a que otra de mis mejores amigas (casualmente la hermana de quien comenzó a pagar mi tratamiento) se fuera de la clase: "Este viernes me operarán de histerectomía".- "¿Qué es eso?".- Me preguntó la profesora de yoga. "La extracción del útero". - Sus ojos se abrieron como platos. "Yo estoy tranquila, sólo quería decírtelo porque no sé si podré hacer algunos de los ejercicios el lunes". "Yo... yo creo que no... Pero en función de cómo te encuentres el fin de semana, me avisas" .- Titubeaba la profesora.
Volviendo al 14 de marzo, por la noche, le "confesé a mi padre" que iría al centro médico para operarme de histerectomía. Ante su ignorancia, buscó en internet de qué se trataba y me rogó acompañarme. Le dije que no.
A eso de las 7 y media de la mañana me planté en la puerta principal del hospital. Reconozco que me puse algo nerviosa mientras llegaban otros pacientes, conocedores de cómo funcionaba la mecánica, se fueron colocando en la misma puerta principal. Yo estaba algo más alejada. Sólo pensaba en llegar a tiempo al trabajo, a poder ser, antes de las 9, hora en la que empiezo mi jornada. Me acerqué hasta una farmacia que había cerca, pero aún no habían abierto las puertas, y es que se me había olvidado pesarme (algo que me solicitaron por teléfono y que durante las pruebas no lo hicieron... una contradicción).
Abrieron las puertas, todos, salvo yo, sabían hacia dónde debían dirigirse. Subí a una planta donde estaban casi todos los que esperaron en la calle. Bajé nuevamente a recepción para preguntar y, efectivamente, no me había equivocado. Esta vez no me llevé un libro para no aburrirme. Los nervios empezaron a traicionarme y parecía que en mi estómago se jugaban la vida los gladiadores de la antigua Roma. Desde una habitación gritaban un número. Veía como algunos de los que salían de allí debían rellenar un cuestionario. Alguna que otra lo leyó en voz alta a su padre o abuelo.
Era mi turno. Entré en una sala donde una señora muy amable me ofreció sentarme en una silla frente a ella. Nos separaba su mesa. Había más personas, pero trabajadoras, enfrascadas en sus conversaciones personales y expedientes. Rápidamente me explicó lo que debía hacer. Le di mis datos personales y una lista de los medicamentos que tomo actualmente (y que ella grapó en el cuestionario). "Rellena el cuestionario y ya te llamarán. Quédate en la salita". - Me dijo mientras me despedía y gritaba otro número.
Volvía a sentarme en las sillas de la sala de espera mientras veía cómo una joven salía de otra habitación gritando los nombres de algunas personas. Un rato más tarde me acerco a ella: "Perdona, no sé cómo funciona esto. Acabo de rellenar un cuestionario. ¿Te lo entrego a ti?". "¡Ya le llamo!".- Me dijo un tanto agobiada. "¿Pero cómo sabes quien soy si no te he entregado mi cuestionario?".- Yo le insistía. "¡Siéntese! Yo recojo las fichas donde usted recogió el cuestionario".
El cuestionario en sí, eran preguntas para la anestesia. ¿Cuál me pondrán? Me preguntaba a mí misma. A numerosas preguntas tuve que marcar una equis. Que si fumo, que si duermo con dos almohadas, que si sufro de migraña, que con cuántos escalones me cansaba al subir unas escaleras, etc. Algunas les dejé sin contestar, tal como ponía en las instrucciones. Luego debía leerme unas recomendaciones y advertencias, para firmar seguidamente mi consentimiento. Lo que más recuerdo fueron tres consecuencias de la anestesia (la lista era más larga): posible caída de dientes, el coma y la muerte (reconozco que deseaba este último).
Unos pacientes más tarde, la joven salió de la consulta y a duras penas dijo bien mi nombre y apellidos. Lo primero que hice fue pedir perdón por mi ignorancia. Ella sonrió. Me pidió que dejara mis "bártulos" en una percha y me deshiciera de mi blusa y sujetador, y posteriormente, tumbarme en una camilla. "
Es la primera vez que hago top-less".- Le decía a la joven que ya comenzaba a sonreír más. Comenzó a colocarme electrodos en mi pecho, y no recuerdo si en alguna parte de mis brazos. Era la primera prueba: el
electrocardiograma. Fue todo muy rápido. Tardé más en vestirme y desvestirme, que la prueba en sí.
La joven me dio instrucciones para que saliera del centro y acudiera al laboratorio para mi
análisis de sangre, un edificio anexo a este. Cuando llegué pregunté en recepción qué debía hacer. Cogí número y a los pocos segundos ya estaban diciendo mi nombre. Fui la última en llegar y la primera en entrar. La muchacha que tomó muestras era muy agradable, y nuestra pequeña conversación giró en torno al origen de mi apellido paterno. La joven me indicó que debía ir a 'rayos', un tercer edificio anexo. Así que salí de allí con el brazo izquierdo recogido durante 5 minutos. No había desayunado aún.
Me acerqué hasta el tercer edificio, allí había mucha más gente. Pregunté en recepción y cogí número. Mientras tanto, informaba a mis jefes, mediante
WhatsApp, que ya estaba terminando todo, que en unos minutos estaría en el trabajo. Eran las 9:35 horas. Sólo unos minutos más tarde una joven mencionó mi nombre junto con el de otra señora. Nos pidió que le siguiéramos y nos llevó a otra sala de espera. No pasaría ni un minuto cuando volvió a repetir mi nombre y me introdujo en una sala de
rayos X. Detrás de un biombo tuve que volver a deshacerme de mi blusa y sujetador. Me puse una bata y me quedé esperando a la joven. Cuando regresó, colocó mi pecho en una placa algo fría, mientras me pedía que no respirara durante unos segundos. Y así fue... sólo unos segundos más tarde, volvía a ponerme la blusa.
Una vez fuera, le pregunté a la misma joven cuál era el siguiente paso: "
Le llamarán para operarle". Pequé completamente de ignorante. ¿Pero y todas esas pruebas? ¡Qué estúpida fui! ¿Acaso pensaba que los miomas me los iban a extraer mediante rayos láser invisibles? Creí que esa era la operación... ¡Maldita ignorancia!
En algún momento de estas tres pruebas, tuve que acudir a la consulta de un médico (no recuerdo si fue después del electro, del análisis o de rayos). Fue muy simpático y también hizo alusión a mi apellido paternal. Hablamos un poco de historia y política mientras él me ayudaba a rellenar el resto del cuestionario que yo había dejado pendiente.
Cuando regresé al trabajo, todo fueron risas. "
Ya me extrañaba a mí. A ti lo que te hicieron fueron las pruebas del anestesista, el preoperatorio. Es que yo también pasé por eso". - Me decía una de mis jefas mientras me mostraba su minúscula cicatriz.
A la semana siguiente, concretamente el lunes, una compañera de yoga, mientras yo hablaba con mi amiga, me preguntó qué tal había sido la operación. Le hablé con los ojos, pero ella hizo caso omiso. No entendía que yo mirara a mi amiga y le mirara a ella diciendo: "¡Cállate ya, que ella no lo sabe!". "
¿Qué operación?".- Los ojos de mi amiga parecían salir de sus huecos. Repetía una y otra vez su pregunta. Al final tuve que explicarle, también tuve que decirle a esa compañera y a la profesora, que había sido el preoperatorio. "
Ya me extrañaba a mí que te hicieran salir el mismo día, porque yo también pasé por ello".- Me confesó la compañera que me había oído el viernes hablar con la profesora.